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miércoles, 3 de febrero de 2010

La Queja

Si tiene remedio, ¿por qué te quejas? Si no tiene
remedio, ¿por qué te quejas?
(Proverbio Oriental)

No podemos negar que cierto tipo de personas viven insertas en una especie de cultura de la queja: hacen de ella su modo de vincularse. Sienten que no reciben lo que les corresponde, aun cuando todo les vaya medianamente bien, ya sea en lo social, en lo económico o lo afectivo, encuentran una razón para estar mal.

Pero, muchas veces, la queja esconde otro tipo de actitudes. El quejoso se victimiza para, desde ese lugar dominar a los otros. Intentando generar culpa o desvalorización y conseguir, a través de esta conducta, lo que desea.

La queja, además de ser común entre los seres humanos, es un mal hábito que sólo muestra modos de actuar negativos que no conducen a nada. Nunca aporta, frente a un conflicto, una solución. Supone un gasto continuo de energía, que no ayuda a resolver los problemas ocasionando otros nuevos o, lo que es peor, fomentando la resignación y la impotencia.

Detrás de la queja, hay un goce de convertirse en juez riguroso de los demás. Suele tener la particularidad de ocultar reproche o acusación a alguien, transformándose en un arma de consecuencias importantes. Por otro lado, la persona quejosa intenta, aunque no lo logra, liberarse de sus pesares, que son más fantaseados que reales. El beneficio reside en recibir respuestas de compasión, ser centro de atención y/o evitar hacer lo que le corresponde.

Quejarse provoca rechazo. Resulta abrumador convivir con alguien que se coloca en el lugar del “pobrecito”, ya que hasta la alegría que ve en los otros le produce tristeza o envidia. Cerrando, así, un cotidiano círculo quejoso.

Vincent Van Gogh afirmó: “Sufrir sin quejarse es la única lección que debemos aprender en esta vida”; y Hugo Ojetti remata: “Quejarse es el pasatiempo de los incapaces”.

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