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jueves, 1 de octubre de 2009

Meditación Emaús I

Huían de Jerusalen...
(Lc 24, 13-27)

Hace años que vengo sintiendo que el texto de los discípulos de Emaús expresa muy bien el papel de la fe cristiana en esta hora espiritual concreta de América Latina. Voy a servirme de él para reducir a una síntesis simbólica el mensaje sustancial de este estudio.

Como es sabido, los discípulos de Emaús no son ante todo unos discípulos históricos concretos, sino principalmente un símbolo. No nos interesaría lo que les pudiera pasar o lo que pudieran haber sentido en aquel misterioso encuentro con Jesús, si no fuera porque expresan de alguna manera algo presente en cada uno de nosotros: una dimensión profunda de la fe y de la esperanza cristianas frente a la noche oscura de la esperanza y la frustración.

Los discípulos de Emaús, más que ir a Emaús, huían de Jerusalén. Herido el pastor, se dispersaban las ovejas. No querían ya saber de lo que habían vivido en Jerusalén. Allí todo terminó mal. Lo de Jesús el Nazareno había sido un desastre. Ellos habían depositado sus ilusiones en Jesús. Habían pensado, con tantos otros, que Él iba a ser el liberador de Israel. Probablemente lo aclamaron entrando triunfante a Jerusalén los días de la Pascua -debieron pensar que el Reino estaba por llegar de un momento a otro. Todo el pueblo estaba en ansiosa espera, como nos dice Lucas en otra parte de su evangelio. Pero toda esta esperanza se frustró y ellos emprendieron la velta a su aldea, a la seguridad de su casa, a la privacidad del hogar.
Frustración, desencanto y decepción... eran los sentimientos que les embargaban. Estaban de vuelta, de vuelta de Jerusalén y de vuelta de todo. Huían. Aturdidos por la depresión, sólo querían olvidar. Todo ha sido un sueño, dirían, como la Magdalena del Jesucristo Superstar; es hora de despertar a la vida real y dejarse de utopías...

Comentaban lo sucedido mientras conversaban y discutían. No era una conversación cualquiera. Era una conversación fijada sobre lo sucedido, sobre lo que pasó, como un trauma que queda grabado en el alma e impide airear la mente con otras perspectivas. Podemos imaginar a los dos discípulos caminando, queriendo espantar los fantasmas de la muerte de su mesías, pero sucumbiendo acorralados al acecho e insistencia de sus recuerdos, dándole vueltas también en su corazón a todo ello. Esa conversación -quizá mas bien un monólogo a dúo no dejaría de ser la prolongación de su autocharla o selftalk, encadenada a unos pensamientos deteriorados y negativos...
Anónimo, disfrazado, desconocido, Jesús mismo en persona se les acercó y se puso a caminar con ellos. Pero estaban cegados y no podían re-conocerlo. Estaban cegados; no haría falta imaginar ninguna intervención sobrehumana para explicar esta ceguera; es típico de la depresión, la merma de la actividad psíquica y de la capacidad ideatoria.

¿Qué conversación es esa que se traen Uds por el camino?. Interesante esta pedagogía de Lucas atribuye a Jesús: comienza acercándose a ellos, metiéndose en su camino, poniéndose a la altura de su marcha y preguntando, interesándose por su conversación... Quiere le compartan su estado de ánimo, su desesperanza y no quiere hablar ni dar una lección antes de escuchar, antes de saber cuáles son las preguntas concretas que ellos se hacen... Teológicamente es la dinámica de la encarnación. Psicológicamente es una terapia de catarsis: Jesús quiere escuchar lo que ya sabe porque quiere que los discípulos, se expresen, que arrojen por su boca y que dibujen con toda su alma la amargura y la decepción que sienten, su incredulidad y su cansancio.
Después de escucharlos atentamente, Jesús toma la palabra y apoyándose en la Escritura, les interpreta todo lo sucedido. Les da una nueva interpretación, sobre la que ellos tenían, de los hechos acaecidos en Jerusalén.

Ellos interpretaban la muerte de Jesús como un desastre, como un fracaso, como el triunfo del poder del mal sobre el hombre justo Jesús. Compartían la noche oscura de los obres de todos los tiempos, que ven frustradas sus esperanzas por la fuerza avasalladora del mal que triunfa sobre el bien a lo largo de la historia. Ellos interpretaban los hechos como la inexplicable derrota del justo Jesús. Y podemos pensar que, con esa interpretación, toda su conversación (su autocharla colectiva) podría reducirse a un círculo vicioso de pensamientos negativos, autoculpabilizadores, destruidores de la autoestima, depreciadores de la utopía que había predicado el maestro galileo, ahora desaparecido...

Pero Jesús les da otra interpretación. Les invita a corregir su visión, a educar sus ojos. Hay otra forma de mirar, Jesús les da testimonio de ella y se la ofrece. Las cosas no son así como ellos las ven. En lo rpofundo son de otra manera.

Es verdad les dirá Jesús que los hechos, los hechos brutos, en si mismos, parecen dar la razón a la fuerza y aparentan negar la fuerza de la razón. Es decir, es cierto que, materialmente hablando, Jesús ha sido derrotado. Ha sido expulsado de este mundo por los poderosos. No pudieron tolerar la frescura de su utopía y se volcaron contra Él. Su muerte es la demostración de que en el mundo no hay sitio para una persona buena. El amor no tiene cabida aquí entre nosotros. No es esta su patria, no es éste su hogar. El amor aquí anda como expatriado, fuera de su lugar propio. Y por eso es perseguido y expulsado de este mundo.

Y lo consiguieron los poderosos: expulsaron a Jesús. El mundo no estaba suficientemente maduro como para acoger la propuesta utópica de Jesús. Lo mataron. Dios mismo lo abandonó. Murió apurando hasta el fondo el cáliz del fracaso. No es posible imaginar mayor postración y abatimiento, mayor desesperanza y frustración. Fracaso, sí.

Pero Jesús, quizá sujetándolos del brazo y deterniéndolos un momento en el camino convicción: ¿Pero no se dan cuenta ustedes? ¿no tenía que padecer todo eso el Mesías para entrar así en su gloria?. ¿Acaso podría haber sido de otra manera? No se trata, evidentemente, de que las cosas fueran así porque por un hado trágico estuvieran ya previamente escritas y hubiera de cumplirse la Escritura. No se trata de eso. Jesús no fue una marioneta de Dios ni un títere del destino. Las cosas podrían haber sido de otra manera, pero si hubiesen sido diferentes, si Jesús no hubiera bebido hasta las heces el cáliz del fracaso, no hubiera expresado en su propia vida, viviéndolo en su propia carne, la realidad dramática del amor.
Sólo así, con ese fracaso total pudo expresar la fidelidad total, la Fe a pesar de todo, la esperanza contra toda esperanza, el amor mayor hasta dar la propia vida. Las cosas no podrían haber sido de otra manera. Viviendo, siendo Él mismo en persona el amor de Dios, no podía sino experimentar el drama sobrehumano del amor en este mundo. Cualquier otro desenlace hubiera sido peor, no hubiera dado juego suficiente para el expresar el mayor de Dios y su fidelidad total.

A esa luz, Dios había triunfado. Había expresado lo que quería expresar. Nos dio en Jesús su Palabra: hecha carne y sangre, vida y muerte, amor y fidelidad en plenitud. Sí, había triunfado Dios. Había quedado expresado de una vez para siempre, para toda la humanidad, cuál es la Verdad y cuál es el Camino, el único camino. La muerte de Jesús había sido el triunfo, no ya frente a sus enemigos simplemente, sino frente al mal y frente a la muerte, frente a la desesperanza, y la oscuridad. ¿No tenía que padecer todo eso el Mesías para entrar en su gloria?. Efectivamente, con cualquier otro guión, Dios hubiera sido menos elocuente.

Meditación del VI Encuentro Nacional de UPP

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