Conmovido por la ‘palpable’ desesperanza de recluidos y desposeídos, el sacerdote valesano Gabriel Carrón asegura que la mano dura y la represión sólo conducen a una mayor violencia.
Aunque se indigna y se apena ante la injusticia, el padre Gabriel Carrón recupera de inmediato su sonrisa generosa. Sabe que su cruzada es casi invisible, pero cada día algún pequeño gesto renueva su fe.
swissinfo.ch: ¿Pensó alguna vez que iba a desarrollar esa vocación en Argentina?
Gabriel Carrón: Creo que no. Cuando me llegó la oportunidad de venir aquí lo hice. Fue después de un encuentro con un sacerdote suizo que era párroco de los descendientes de valesanos y me contactó con familias originarias.
En 1972 llegué a Entre Ríos a una parroquia muy pequeña, y en 1973 debido al tema militar y por mi seguridad, me trasladé a Santa Fe donde me reuní con monseñor Vicente Zazpe, quien había hecho también la opción por los pobres, y me dio dos parroquias en la periferia.
Allí me ocupé de la evangelización de los jóvenes de los barrios marginados, y más tarde, un capellán de la cárcel de Coronda me invitó a dar un retiro a los ‘peores de la cárcel’, en el sentido de que eran aquellos que generalmente estaban castigados.
swissinfo.ch: ¿Tuvo miedo?
G.C.: Cuando me acerqué a la cárcel a estar tres días con estos 18 muchachos para hacer un retiro espiritual, confieso que tuve bastante miedo. Le pedí a Dios que por lo menos uno se convirtiera y cambiara de vida. Y cuando salí, después de ese encuentro, tuve que decir que si por lo menos uno se había convertido, ese era yo.
A partir de ese momento me dediqué cada vez más a la evangelización dentro de las cárceles. Y paralelamente, poco a poco, a trabajar con los chicos en situación de riesgo. Porque los que estaban en la cárcel eran los jóvenes o los adultos que no tuvieron una infancia digna, lo que los ha llevado a delinquir y estar presos.
swissinfo.ch: ¿Ha trabajado en otras partes del país?
G.C.: Sí. Empecé a trabajar en Santa Fe y después recorrí toda la Argentina de norte a sur varias veces. En tres años visité 81 cárceles, sobre todo a obispos y capellanes que iban a visitar a los presos, para organizar la Pastoral a nivel nacional.
swissinfo.ch: ¿Y cómo resultó?
G.C.: Se organizó y sigue existiendo. Aunque yo no tengo más responsabilidad. Ahora me volví a trabajar en Santa Fe, con los chicos en situación de riesgo y con mujeres y hombres privados de libertad.
Por supuesto que con 71 años hago menos, pero tengo varios voluntarios que van con los chicos y a las distintas penitenciarías. Trabajamos en varias cárceles: 2 de hombres, de 1100 y 600 presos, respectivamente; 2 de mujeres; 2 de menores adolescentes, y 10 comisarías. Además de los barrios carenciados donde asistimos a los niños.
swissinfo.ch: ¿Sobre qué población de presos actúan?
G.C.: Visitamos a casi todos. Pero son menos los que podemos contactar. Serán unos 200, y a algunos llegamos de manera más profunda que a otros.
swissinfo.ch: ¿Qué rol cumplen los voluntarios suizos que llegan a trabajar en su obra?
G.C.: Eso fue algo que nunca pensé que iba a suceder. Un día, una chica suiza que se enteró de mi trabajo me pidió venir a colaborar, y como tengo una casa bastante grande donde hacíamos los retiros espirituales para chicas y muchachos de barrios marginados, tenía espacio para alojarla.
Así empezó y después siguió. Comenzaron a venir por dos o tres meses, y actualmente se quedan más de un año y medio a dedicarse mañana y tarde a los chicos en situación de riesgo y a las hermanas y hermanos privados de libertad. Son extraordinarios.
swissinfo.ch: ¿De qué forma les aporta esta experiencia a los jóvenes voluntarios?
G.C.: Para estos jóvenes suizos es maravillosa. No sólo se relacionan fácilmente con sus pares de acá, sino que después de un mes de estancia se desenvuelven solos. Es como un boleto de ida y vuelta en varios sentidos: para los presos, los niños y los suizos que llegan y vuelven a su país transformados.
swissinfo.ch: ¿Cómo es el trabajo que realizan con los chicos en situación de riesgo?
G.C.: Lo que hacemos es trabajar con organismos que ya existen en la provincia, porque es muy difícil ocuparse hoy de ellos debido a la situación de la droga, ya que hay niños de 4 ó 5 años que ya están drogándose.
Por eso es importante que tengan cerca un adulto que los quiere de verdad, que no se aproveche, no lo los golpee y no les haga daño. Que les haga sentir que existen.
Son chicos de hogares abiertos, que vienen en el día y por la noche vuelven a sus casas. Muchas veces sus familias son muy pobres, viven en la miseria y tienen poca oportunidad de educarlos. Entonces tratamos de establecer un vínculo con las familias. Es un trabajo de hormiga.
swissinfo.ch: Ahora están trabajando también con los guardia cárceles…
G.C.: Estamos trabajando con los empleados del servicio penitenciario porque son personas que se sienten muy marginadas. El guardia está desconsiderado; es la persona que de todas las fuerzas de seguridad está más desvalorizada y se sienten muy despreciados por la sociedad. Nunca se ve en las películas al guardia de cárcel como un héroe.
En las cárceles de mujeres se ha logrado una muy beuna relación entre las presas y las mujeres de la guardia, y nosotros trabajamos mucho para que esto suceda.
Hay que pensar que la sociedad actúa a veces como Pilatos: le confía a los guardias la tarea de resocializar a quien cometió un delito pero no le da medios para hacerlo, y después le reprocha que las cárceles no funcionen como ellos quieren.
¿ swissinfo.ch: Existe futuro después de la prisión?
G.C.: No tienen posibilidades. Nosotros hacemos lo que podemos. Cambiamos el corazón. Pero si la sociedad no cambia el suyo, no van a poder salir del delito.