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jueves, 28 de octubre de 2010

“Hacer del cementerio una maternidad”

Gabriel Carrón llegó a la Argentina hace 38 años y desde entonces no ha interrumpido su trabajo al servicio de ‘los más pobres’ y de las personas ‘privadas de su libertad’.


Actualmente, y luego de décadas de liderar y brindar atención espiritual en dos pastorales, el presbítero suizo continúa con su obra en la provincia de Santa Fe.


Desde la capital santafesina, mediante la ‘Fundación Casa San Dimas’ y con el apoyo de jóvenes voluntarios helvéticos y argentinos, el padre Gabriel Carrón organiza su cruzada para misionar en 6 cárceles (2 de hombres, 2 de mujeres y 2 de menores), 10 comisarías y varios barrios periféricos donde brinda apoyo a niños carenciados.

‘El abrazo’ solidario de jóvenes valesanos
swissinfo.ch se reunió con el padre Gabriel Carrón y visitó la sede de la Fundación que guía el sacerdote, donde pudo conocer parte del equipo que colabora con él.

En un antiguo edificio –grande pero bastante austero y deteriorado- funciona ‘San Dimas’, la entidad que trabaja mano a mano con la Pastoral Penitenciaria y la Pastoral de Infancia en Riesgo.

Desde este espacio, el párroco diseña los pasos a seguir en la invisible pero monumental obra que viene construyendo desde hace casi cuatro décadas.

Allí también se hospedaban Chloe, Gaitán y Sandrine -de 25, 23 y 21 años, respectivamente- tres valesanos que llegaron a Santa Fe gracias a la gestión de ‘El abrazo’, una asociación creada en 2007 en Suiza para apoyar a los jóvenes que, atraídos por la obra de Carrón, quieren vivir la experiencia de hacer un voluntariado en Argentina.

Presos y pobres, los “expulsados sociales”

Mientras la Pastoral Penitenciaria brinda atención espiritual y acompaña a quienes están privados de su libertad, la de la Infancia trabaja con los chicos que viven en situación de riesgo en los barrios de la periferia.
Dos mundos que descubren las caras de una exclusión social creciente y de quienes son ahora “expulsados sociales”, como asegura el sacerdote.
Porque alrededor de los privados de su libertad y en torno a los niños y jóvenes más pobres, se teje una espesa telaraña de injusticias y maltratos que pocos advierten debido a prejuicios y a una deshumanización que se está volviendo constante.
“Cada vez más los presos y los pobres están peor. Antes decíamos que eran marginados, luego que eran excluidos, y ahora decimos que son expulsados de nuestro sistema social y económico”, asegura el padre, y sentencia:

“Nunca vamos a encontrar en la cárcel a alguien que tenga plata. Nunca. Los ponen en lugares ‘VIP’ donde se quedan poco tiempo y tienen la oportunidad de zafar las condenas por la plata que tienen. Los pobres saben que si salen no tienen nunca oportunidad de poder integrar esta sociedad”
Acompañar, pero también denunciar

Desde la Fundación son conscientes de las carencias del sistema penitenciario y también de las limitaciones de su propio aporte:
“Se decía que la cárcel está para la reinserción social, la rehabilitación, la reeducación, pero eso no sucede. Nosotros lo que hacemos es muy, muy, poco. Es apenas una gota de agua en el océano; pero, como decía la Madre Teresa, es una gota que tiene que estar porque el océano no sería el mismo sin esa gota de agua”, dice Carrón con una mezcla de tristeza y esperanza.
Más presos, celdas hacinadas, la escalada de la droga puertas adentro, la imposibilidad de realizar tras las rejas alguna actividad que permita la reinserción, la desesperanza y soledad, y una pobreza material creciente, provocan la reacción del religioso que, insiste, aniquila cualquier vestigio de dignidad humana del privado de su libertad.
Demostrarles que existen

“Lo primero que tenemos que hacer es hacerlos sentir vivos”, dice el cura a swissinfo.ch, y prosigue con una anécdota amarga:

“Recuerdo que una vez llegue a la cárcel y fui a visitar a su celda a un hombre que conocía desde hacía mucho tiempo. Cuando me vio me dijo ‘Padre, yo no existo para nadie: falleció mi mujer, tengo una nieta que no sabe que existo’”.

“Me dijo: ‘Llevo tantos años preso que soy un olvidado. Y quiero existir. Quiero recibir una carta de alguien de afuera, ir a recogerla y contarle a los gritos a mis compañeros que alguien me escribió, ¡que existo y que no soy un don nadie!’”.
“Ahí pensé que este hombre tenía razón en sentir eso. Que de alguna manera estar preso es como estar en un cementerio”, relata apenado y, sin bajar los brazos, agrega:
“Por eso nosotros con la pastoral queremos hacer de este ‘cementerio’ una ‘maternidad’, donde la persona encuentre la posibilidad de renacer, o hasta de nacer. Porque muchos no han podido siquiera nacer en esta sociedad porque nunca han tenido oportunidad. Esa es nuestra misión…”

Norma Domínguez, Santa Fe, Argentina, swissinfo.ch

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