Días atrás, nuevamente he sentido mucha tristeza e indignación al oír en los informativos la siempre vigente polémica en torno a la despenalización del aborto. Tristeza, por las cuatro vidas únicas y valiosas que se perdieron; e indignación cuando escucho reclamar la libertad de las mujeres de elegir. ¿Elegir qué? ¿Matar o no matar? Aclaro que no juzgo a quienes defiendan esta práctica porque no corresponde a mí ni a nadie hacerlo, sino que deseo con todo mi ser que lo que voy a contar sirva para hacer reflexionar a alguien, lo cual me haría sentir satisfecha.
Me tocó estar involucrada en dos hechos maravillosos sin quererlo y esto, sumado a la información científica que siempre busco para ser lo más objetiva posible en mis opiniones, formaron mi convicción de que el aborto es, sin lugar a dudas, un asesinato. Soy hija de padres que, debido a que su amor no era aceptado por ser de distintas clases sociales, consideraron abortarme por miedo a sus progenitores, lo cual no llevaron a cabo; y esta decisión permitió que yo pueda disfrutar la vida que saboreo día a día. Y me pregunto: ¿acaso no es la misma persona la que estaba en el vientre de mi madre que la que escribe esta carta? Obviamente, con diferencia de tamaño y edades. La segunda experiencia fue cuando, cursando el segundo mes de embarazo, contraje rubeola y el médico recomendó abortar debido a lo que produce esta enfermedad en el feto (llamado Gabriel desde los primeros síntomas de que estaba ahí). Sabiendo que Dios es poderoso tanto para impedir las secuelas de la rubeola como para darnos fuerzas para criar un ser enfermo, decidimos con mi esposo seguir adelante. Hoy, luego de 24 años, todavía "tiemblo por dentro" al mirar a mi hijo y pensar que a éste que abrazo con intensidad, es el mismo que, por hacer un bien, aconsejaron matar. El que fuera incapaz de defenderse no significa que no tenía derecho a vivir. Conclusión: si mis padres se hubieran deshecho de mí hoy no existirían dos familias.
Alicia Pereiro de Pagura
DNI 11.588.874
Diario La Capital, 15/02/09
Me tocó estar involucrada en dos hechos maravillosos sin quererlo y esto, sumado a la información científica que siempre busco para ser lo más objetiva posible en mis opiniones, formaron mi convicción de que el aborto es, sin lugar a dudas, un asesinato. Soy hija de padres que, debido a que su amor no era aceptado por ser de distintas clases sociales, consideraron abortarme por miedo a sus progenitores, lo cual no llevaron a cabo; y esta decisión permitió que yo pueda disfrutar la vida que saboreo día a día. Y me pregunto: ¿acaso no es la misma persona la que estaba en el vientre de mi madre que la que escribe esta carta? Obviamente, con diferencia de tamaño y edades. La segunda experiencia fue cuando, cursando el segundo mes de embarazo, contraje rubeola y el médico recomendó abortar debido a lo que produce esta enfermedad en el feto (llamado Gabriel desde los primeros síntomas de que estaba ahí). Sabiendo que Dios es poderoso tanto para impedir las secuelas de la rubeola como para darnos fuerzas para criar un ser enfermo, decidimos con mi esposo seguir adelante. Hoy, luego de 24 años, todavía "tiemblo por dentro" al mirar a mi hijo y pensar que a éste que abrazo con intensidad, es el mismo que, por hacer un bien, aconsejaron matar. El que fuera incapaz de defenderse no significa que no tenía derecho a vivir. Conclusión: si mis padres se hubieran deshecho de mí hoy no existirían dos familias.
Alicia Pereiro de Pagura
DNI 11.588.874
Diario La Capital, 15/02/09
No hay comentarios.:
Publicar un comentario