De todo lo dicho hasta ahora se desprenden algunas consecuencias negativas importantes, pues a veces hay quienes llaman Reino de Dios a lo que nada tiene que ver con él y hasta a proyectos contrarios al Reino.
En primer lugar hay que afirmar que el Reinado de Dios, tal como lo presenta Jesús, no es el resultado de aplicar y vivir al pie de la letra la ley religiosa de Israel. Ni es el resultado de una práctica fiel y observante de obras religiosas: el culto, la piedad, los sacrificios... Jesús no se refiere a eso en su predicación. Con lo cual defraudó las ideas y aspiraciones de muchos hombres de su pueblo y de su tiempo.
Jesús no creó comunidades de puros y santones, sino de creyentes, conscientes de su pecado y del amor sin límites del Padre. Ellos no expresan su fe en obras legales, sino en una nueva mentalidad y en actitudes sinceras.
En segundo lugar: el Reino que predica Jesús no es el reino del poder. Cuando el diablo le ofreció el poder terreno, él rehusó en seguida (Mt 4,8-10). Cuando el pueblo quiso nombrarlo rey, él huyó hacia el monte (Jn 6,15). Cuando Pilato le preguntó si él era rey, Jesús contestó: yo no soy rey de este mundo como ustedes; mi poder es diferente (Jn 18,36). El poder de Jesús no es el de este mundo corrompido. En este mundo no se respeta a la gente porque sea gente; se les respeta por su plata, por su puesto, porque usa uniforme o lleva condecoraciones, o por el color de su piel. En cambio Jesús cuando le preguntaron quién era más importante, él abrazó a uno de esos niños malolientes y sucios de la calle y dijo: éste (Lc 9,46-48).
Jesús sufrió durante su vida la tentación del poder (Lc 4,1-13). La tentación consistía en reducir la idea del Reinado universal y total de Dios. Reducir el Reino a una forma concreta de dominación política: la tentación en el cerro desde donde el diablo le mostró los reinos del mundo. Reducir el Reino al poder religioso: la tentación en el pináculo del templo. O reducirlo a la satisfacción de las necesidades fundamentales del hombre: el transformar las piedras en pan. Eran tres tentaciones del poder que correspondían a los tres modelos del Reino que esperaba la gente de entonces. De acuerdo con ellos, Jesús se vio tentado de usar su poder para imponer la transformación radical de este mundo. Pero nunca se dejó llevar de estos deseos, pues en ese caso hubiera manipulado la voluntad de los hombres y les habría quitado la responsabilidad de construir un mundo justo de hermanos.
Jesús se negó rotundamente a inaugurar un reino de poder. El encarna el amor y no el poder de Dios en el mundo; mejor dicho, hace visible el poder propio del amor de Dios, que consiste en construir un mundo fraterno sin tener que forzar a nadie y sin quitarle a nadie su responsabilidad. Jesús rechaza todo poder dominador como algo propio del diablo.
Por todo ello podemos concluir que el Reinado de Dios predicado por Jesús no coincidía con las ideas nacionalistas que tenían entonces algunos israelitas, como los zelotes. Y nadie podrá jamás identificar con justicia el Reino de Dios con ninguna situación socio-política determinada. Ningún partido político tiene derecho a llamarse "cristiano", pues el proyecto del Reino de Dios es mucho más grande que todos ellos. No hay proyecto político que se iguale al ideal predicado por Jesús. El Reino de Dios va mucho más lejos que ningún proyecto humano.
De aquí que sea absolutamente imposible implantar el Reino de Dios por medio de la fuerza de las armas o el poderío de los ejércitos. El Reinado de Dios no consiste en una especie de golpe militar, que por la fuerza haga que las cosas cambien. Todo eso no tiene que ver absolutamente nada con el Reinado de Dios.
Con toda razón dijo Jesús: "Mi Reino no es de este mundo" (Jn 18,36). No quiere decir Jesús que su Reino sea del "otro mundo". Lo que quiere decir es que su Reino no es de este "sistema", de este "orden establecido". Su Reino no tiene nada que ver con los medios, ni con los fines, ni con los intereses de este mundo, mundo de mentira explotación e injusticia. Su Reino es de la verdad, de la justicia, de la libertad, y está ya en esta vida, chocando contra los intereses y privilegios creados por este mundo que se resiste a desaparecer.
En primer lugar hay que afirmar que el Reinado de Dios, tal como lo presenta Jesús, no es el resultado de aplicar y vivir al pie de la letra la ley religiosa de Israel. Ni es el resultado de una práctica fiel y observante de obras religiosas: el culto, la piedad, los sacrificios... Jesús no se refiere a eso en su predicación. Con lo cual defraudó las ideas y aspiraciones de muchos hombres de su pueblo y de su tiempo.
Jesús no creó comunidades de puros y santones, sino de creyentes, conscientes de su pecado y del amor sin límites del Padre. Ellos no expresan su fe en obras legales, sino en una nueva mentalidad y en actitudes sinceras.
En segundo lugar: el Reino que predica Jesús no es el reino del poder. Cuando el diablo le ofreció el poder terreno, él rehusó en seguida (Mt 4,8-10). Cuando el pueblo quiso nombrarlo rey, él huyó hacia el monte (Jn 6,15). Cuando Pilato le preguntó si él era rey, Jesús contestó: yo no soy rey de este mundo como ustedes; mi poder es diferente (Jn 18,36). El poder de Jesús no es el de este mundo corrompido. En este mundo no se respeta a la gente porque sea gente; se les respeta por su plata, por su puesto, porque usa uniforme o lleva condecoraciones, o por el color de su piel. En cambio Jesús cuando le preguntaron quién era más importante, él abrazó a uno de esos niños malolientes y sucios de la calle y dijo: éste (Lc 9,46-48).
Jesús sufrió durante su vida la tentación del poder (Lc 4,1-13). La tentación consistía en reducir la idea del Reinado universal y total de Dios. Reducir el Reino a una forma concreta de dominación política: la tentación en el cerro desde donde el diablo le mostró los reinos del mundo. Reducir el Reino al poder religioso: la tentación en el pináculo del templo. O reducirlo a la satisfacción de las necesidades fundamentales del hombre: el transformar las piedras en pan. Eran tres tentaciones del poder que correspondían a los tres modelos del Reino que esperaba la gente de entonces. De acuerdo con ellos, Jesús se vio tentado de usar su poder para imponer la transformación radical de este mundo. Pero nunca se dejó llevar de estos deseos, pues en ese caso hubiera manipulado la voluntad de los hombres y les habría quitado la responsabilidad de construir un mundo justo de hermanos.
Jesús se negó rotundamente a inaugurar un reino de poder. El encarna el amor y no el poder de Dios en el mundo; mejor dicho, hace visible el poder propio del amor de Dios, que consiste en construir un mundo fraterno sin tener que forzar a nadie y sin quitarle a nadie su responsabilidad. Jesús rechaza todo poder dominador como algo propio del diablo.
Por todo ello podemos concluir que el Reinado de Dios predicado por Jesús no coincidía con las ideas nacionalistas que tenían entonces algunos israelitas, como los zelotes. Y nadie podrá jamás identificar con justicia el Reino de Dios con ninguna situación socio-política determinada. Ningún partido político tiene derecho a llamarse "cristiano", pues el proyecto del Reino de Dios es mucho más grande que todos ellos. No hay proyecto político que se iguale al ideal predicado por Jesús. El Reino de Dios va mucho más lejos que ningún proyecto humano.
De aquí que sea absolutamente imposible implantar el Reino de Dios por medio de la fuerza de las armas o el poderío de los ejércitos. El Reinado de Dios no consiste en una especie de golpe militar, que por la fuerza haga que las cosas cambien. Todo eso no tiene que ver absolutamente nada con el Reinado de Dios.
Con toda razón dijo Jesús: "Mi Reino no es de este mundo" (Jn 18,36). No quiere decir Jesús que su Reino sea del "otro mundo". Lo que quiere decir es que su Reino no es de este "sistema", de este "orden establecido". Su Reino no tiene nada que ver con los medios, ni con los fines, ni con los intereses de este mundo, mundo de mentira explotación e injusticia. Su Reino es de la verdad, de la justicia, de la libertad, y está ya en esta vida, chocando contra los intereses y privilegios creados por este mundo que se resiste a desaparecer.
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