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jueves, 15 de octubre de 2009

Emaús III

“Y aunque de noche, volvieron a
Jerusalén..."
(Lc 24, 33-35)
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén (24, 33). Si, había que volver, a la lucha, a la militancia, al lugar donde duele, al lugar del que acababan de huir. Jesús los había transformado. Los había rescatado de la desesperanza y la depresión. Tenía sentido la vida. Volvía a tener sentido para ellos la Causa de Jesús. Había que dejar la pereza y el aturdimiento y ponerse las pilas.Dice Lucas que se levantaron de la mesa y volvieron a Jerusalén al momento. Hemos de entender que tanta urgencia sintieron, que ni siquiera quisieron pasar la noche en la casa en que se habían recogido. No esperaron al día siguiente. No esperaron a que amaneciera. Aunque era de noche, se pusieron en camino, de vuelta a Jerusalén, al compromiso. Sin duda se dijeron: Jesús, si, vive; la lucha sigue.Y allí se encontraron a los otros reunidos con sus compañeros (24, 33), organizados, compartiendo precisamente la misma experiencia luminosa interior.
Dicen los exegetas que este texto de los discípulos de Emaús fue escrito en las celebraciones de la Fe de los primeros. Y quedó configurado de esta bella forma que nos permite leernos a nosotros mismos en este relato, como símbolo abierto que es.
La fe en la resurrección por parte de los discípulos no fue simplemente un tener por cierto un hecho material concreto: la apertura de un sepulcro, a las horas de la madrugada, antes de salir el sol, con la reanimación de un cadáver… Como gustan decir los teólogos, la resurrección no es, en ese sentido, un “hecho histórico” o, por mejor matizar, un hecho físico-histórico. Tener por cierto ese “hecho físico”, no es el objeto de la Fe, no es la sustancia de la Fe en la resurrección de Jesús. Creer en la resurrección no es el acto intelectual de “tener por cierto” un hecho físico. La Fe en la resurrección de Jesús tiene un significado mucho más amplio y profundo.
Los discípulos creyeron en la resurrección en cuanto que sintieron que Él estaba vivo y sintiendo esa “corazonada” –como una intuición irresistible, como por una evidencia incausada que se les imponía implacable- tuvieron el coraje de asumir esa decisión. Se atrevieron a creer. Se arriesgaron a creer. Quisieron creer. Y creyeron. Aceptaron el Don de Dios.
Es decir: no se trata tanto de que creyeron como “cierta intelectualmente” la proposición “Jesús ha resucitado físicamente”, cuanto de que creyeron que aquel Jesús crucificado y expulsado de este mundo era la expresión mayor del amor de Dios y del sentido de la historia. Aquel muerto, se volvía a levantar. Y se levantaba hasta lo más alto: ¡hasta la derecha misma de Dios! Su Causa –objeto de su revelación- se constituye en nuestra Causa Absoluta.
Para los que se arriesgaron a creerlo, en Jesús había estado Dios mismo en persona, caminando junto a nosotros por el camino de la vida, acercándose a nuestras penas e iluminándolas, reinterpretándolas a la luz de Dios. Esta luz que trae Jesús crea un espacio nuevo para la esperanza, a pesar del fracaso, para la utopía, a pesar del triunfo del mal. Creer en Él, creerlo vivo y resucitado, no es afirmar nada sobre un cadáver o un sepulcro, sino aceptar su propuesta de interpretación (y de reinterpretación) de la vida, de la historia y constituirla en mi propia interpretación. Lo cual, no se puede hacer por un mero acto voluntarista o de imperativo moral, sino empujado por una fuerza que brota como un don desde el corazón. “¿No ardía nuestro corazón…?”
Creer en la resurrección es tener el coraje de aceptar la reinterpretación que nos da Jesús de esta historia perversa donde triunfa el malo, donde al bueno se lo comen, donde no hay sitio para la persona buena, donde el amor está expatriado, donde fracasa la Causa del Reino, que es Causa de los pobres. Jesús nos reinterpreta la historia diciendo que a pesar de todo, la Utopía del Reino sigue siendo “la” Causa por la que merece la pena vivir y luchar hasta morir. Creer en Jesús es tener el coraje de creerle a Él. Y es, por eso, tener el coraje de creer como Él. No se trata de creer en Jesús, sino de creer a Jesús y por eso, de creer como Jesús, con la fe de Jesús, con su misma pasión por la Utopía del Reino, inasequible al desaliento, a pesar del aparente fracaso y de la muerte. Creer en Jesús hoy, concretamente hoy, en esta singular hora espiritual de América Latina, es también creer. Como Él, con su misma Fe, que la historia no puede llegar a su final un viernes santo, que no puede haber otro “final de la historia” que la realización de la Utopía del Reino.
Es creer que si este fuera el final de la historia y ya no hubiéramos de esperar más que “más de lo mismo” de este neoliberalismo concentrador de la riqueza, generador de pobreza y excluidor de los pobres, entonces, no es que hubieran fracasado los proyectos de los pobres, sino que habría fracasado Dios mismo y la humanidad.
Los discípulos de Emaús estaban deprimidos y huían de la realidad, para refugiarse quizá en su privacidad cómoda en Emaús, con un compromiso Light. No querían pensar, aunque sus pensamientos negativos los acosaban y perseguían por el camino cual fantasmas impertinentes.Jesús se acercó, les preguntó, los escuchó. Y luego les ofreció una reinterpretación, una “terapia cognitiva” por una parte, en cuanto que les iluminó la mente, el conocimiento: deshaciendo argumentos falsos, sacando a la luz pensamientos distorsionados, descubriendo aspectos escondidos, apoyándose en las reinterpretaciones de sentido presente en “toda la Escritura” (Cfr 24, 27)A la vez, Jesús les hizo una terapia más en la línea conductista en cuanto que actuó sobre los sentimientos negativos “aprendidos” en la experiencia dolorosa de la persecución y muerte de Jesús. Con su palabra cálida, hizo “arder” su corazón durante el camino, sedimentando en ellos los sentimientos contrarios positivos que recuperaban la confianza, el bienestar y la autoestima de los discípulos. Tan confortados se sintieron que, como Pedro en el Tabor, también quisieron prolongar tan agradable experiencia: quédate con nosotros –le dijeron-, quédate a cenar, “hagámos tres tiendas” aquí donde se está bien, saboreemos esta experiencia y prolonguémosla toda la noche…“Por los caminos de América” andan hoy también los discípulos de Emaús. Van perplejos.
Apesadumbrados. Decepcionados. Deprimidos. “Nosotros esperábamos que iba a llegar ya la liberación” de Israel/América Latina. “Pero ya ves…” “Es verdad que algunas mujeres dicen…” “Pero a Él nadie le ha visto”. No tienen donde apoyarse.Hace falta que haya compañeros de camino que hagan lo mismo que Jesús; acercarse, preguntar, escuchar y compartir. Compartir-asumir el dolor de la decepción que nos comparten, y compartir-dar el fuego de la utopía que enciende el corazón y resucita la esperanza.Los militantes latinoamericanos tienen que hacer la “experiencia de Emaús”: necesitan redescubrir, reinterpretar “lo sucedido”, lo sucedido con la utopía liberadora. Ayer como hoy Jesús quiere decirnos que el fracaso no es sólo aparente. ¿Acaso podría haber sido de otra manera? ¿Estaba la humanidad preparada ya para acoger la utopía? ¿No era ese el camino lógico y necesario que experimenta siempre en este mundo el exiliado amor y la inasible utopía? ¿Fracasaron los mártires? ¿Acaso fue inútil su muerte?Jesús quiere decirnos que hoy volvería a morir por acercar aunque sólo fuera un poco más la utopía del Reino a esta América Latina que, también, como el pueblo de Jesús, vive en ansiosa espera (Lc 3, 15), aunque esa espera esté hoy embotada por la depresión y el desconcierto de la vuelta a Emaús.
La Fe cristiana puede sacar hoy de sus arcas todo el capital simbólico del que dispone para hacer valer la Causa de Jesús. En ese sentido es cierta la expresión de Enrique Dussel, de que los cristianos (aunque no sólo ellos) pueden llevar adelante hoy lo que no pueden empujar aquellos que basaban su esperanza en “certezas científicas”. Hoy no hay ya certezas científicas en las que hacer pie, cuando éstas han saltado por los aires y la crisis de las ciencias sociales todavía es desorientación y perplejidad. Los cristianos tienen en su bagaje de esperanza el coraje de la Fe, que es la decisión de arriesgarse a creer, como Jesús –con su misma fe ante la vida y la historia- que éstas tienen sentido y que sigue habiendo una Causa por la que vivir y por la que luchar y hasta por la que morir. Y eso, no como la conclusión de un silogismo montado sobre “verdades científicas”, sino como un acto de coraje en el que consiste la fe.La Fe cristiana tiene que transmitir este potencial al continente, a los militantes populares, cristianos y no cristianos. Tiene que contagiar esperanza, utopía, fidelidad a las Grandes Causas. La Causa vive; la lucha sigue.América Latina necesita una terapia cognitiva y también conductual. Necesita detectar sus propios pensamientos distorsionados, aislados, desenmascararlos, extirparlos, reemplazarlos con pensamientos adecuados.
Necesita detectar los sentimientos negativos distorsionados y curar las heridas todavía en carne viva de las que aquellos brotan; esta curación se logra también reemplazando, inundando con sentimientos positivos contrarios, los sentimientos negativos distorsionados.La Fe y la teología están en la obligación de transmitir esperanza al continente. Es su papel en esta hora grave y decisiva. Es también su misión. Es nuestra, misión de cada uno.En toda esta recuperación, tendrá un papel fundamental la palabra. Jesús hizo también “logoterapia”. No sólo, pero si muy fundamentalmente. La palabra sigue mereciendo alabanzas como el medio de comunicación por excelencia. No se trata, obviamente, de una oposición entre palabra-hechos, práctica-teoría, pues la palabra de Jesús y su teoría es siempre histórica, narrativa, a partir de los hechos. Y en referencia a la práctica. Se trata de que la palabra también es un hecho y muy fundamental. En todo caso, la palabra y los hechos siguen siendo la pareja imprescindible: la palabra sin los hechos es increíble; los hechos sin la palabra son incomprensibles.Los discípulos de Emaús, yendo a Emaús “de vuelta” de Jerusalén y de vuelta de todo. El encuentro con Jesús –que quizá puede sorprendernos en cualquier compañero de camino anónimo- les dio la vuelta y los devolvió a Jerusalén, de donde huían

Una vez que compartieron con Jesús tanto la palabra como el pan, se sintieron “de vuelta” de Emaús, y por eso se volvieron de Emaús –“aunque era de noche”- a Jerusalén, al lugar de la lucha y de la comunidad organizada. No era preciso esperar a ver el alba para ponerse en camino. “Se levantaron al momento” (24, 33).“Aunque es de noche” todavía, hay motivos para la esperanza total.La fe cristiana, fuente inagotable de caudal utópico, por la dimensión inevitablemente cognitiva que conlleva, tiene la capacidad de convertir las mayores contradicciones o derrotas en esperanzas renacidas. Pedro Casaldáliga lo ha dicho con palabras claras: “Somos soldados derrotados de una causa invencible… si nuestra Causa es invencible. No estamos en el final de la historia: estamos apenas comenzando…”.
Meditación: Encuentro Nacional de UPP, Mendoza.-

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