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miércoles, 25 de marzo de 2009

El contrabandista del Paraíso

San Dimas

P. Alejandro Pronzatto

Cuando llegaron al lugar llamado «del Cráneo», lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos. El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!». También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!». Sobre su cabeza había una inscripción: «Este es el rey de los judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso». (Lc. 23, 33-43)

He deshojado el calendario. El ciclo litúrgico, totalmente lleno de santos, no reserva para él ni un solo rincón.
Hay un sitio y se celebra una fiesta para todos aquellos que estaban aquel día sobre el calvario. Para la Virgen, naturalmente. Para san Juan. Para María Magdalena, aunque tenga todavía algún incidente con los exégetas.
Hay un sitio incluso para los ausentes. Para el primer Papa, metido quién sabe dónde para llorar su propia negativa. Para todos los demás apóstoles, ocultos como ratones en el agujero de su miedo.
Para él, para el buen ladrón, el primer santo cristiano, San Dimas, le dicen, no hay ningún sitio en el calendario.
Los evangelistas se han olvidado incluso de hacernos su presentación.
Su fiesta debe celebrarse el viernes santo. Comprendo que ese día es un día especial, pero pongámoslo.
Probablemente se ha querido evitar complicaciones a ciertos panegiristas. ¿Como se las habrían arreglado con ese santo tan poco edificante? ¿Habrían aceptado los buenos parroquianos como modelo a un tipo tan poco recomendable, que entró a formar parte del número de los nuestros sólo en los últimos cinco minutos de su existencia borrascosa, y además, no hemos de olvidarlo, a través de la puerta de servicio que dejó abierta Cristo en un momento, dadas las circunstancias, de comprensible debilidad?
En una palabra. Un personaje incómodo, no muy recomendable, ni siquiera después de la muerte. Por tanto, ¡nada de fiestas para él!
Entendámonos. No es que él tenga que sufrir por esta falta de delicadeza de los liturgias. Pero la verdad es que es el único santo canonizado directamente por Cristo: "Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso".
Esto le basta. Y le sobra.
Caso curioso. Durante toda su existencia, limitándonos, al menos, a lo que nos refieren los evangelistas, Jesús no tuvo nunca la ocasión de cruzarse con bandidos.
Ahora, en unas pocas horas, tiene que vérselas nada menos que con tres. Primero Barrabás, el bandido que ocupó su sitio en la libertad. Y en la cruz con dos malhechores de derecho común.
Siempre ha sido llamado, con cierto indulgente cariño, "el buen ladrón". O bien, "el contrabandista del paraíso".
Pero él no ha robado nada. Si Jesús le aseguró un puesto en el paraíso, quiere decir que había sido hecho "para" el paraíso.
Su nacimiento, toda su vida, sus fechorías, convergían hacia aquel punto: ser el compañero de Dios en el momento del suplicio.
Su existencia desastrada se resuelve, en pocos minutos, en el calvario. Una vida entera que "se juega" en un puñado de segundos. ¿Demasiado cómodo? Pero "el buen ladrón" supo llenar aquel poquísimo tiempo de cosas enormes, Y Dios cuenta la fidelidad por otro calendario que no concuerda con el nuestro. Por otra parte, ¿cuántos días de nuestra vida "vivimos" de verdad?
Cristo recibió en la cruz una estupenda adoración, no por parte del primer Papa, ni de los primeros obispos, sino de un bandido encallecido en el mal.
"Jesús, acuérdate de mí cuando vayas a tu reino". Nunca atenderemos bastante a la dignidad y grandeza de este acto de fe. El ladrón lo realiza en el momento de la abominación, de la derrota, del hundimiento de la gloria temporal, entre las burlas de los "notables" que lo rodean.
"El buen ladrón" proclama la realeza de Jesús en el momento menos triunfal. Y su profesión de fe, en aquellas circunstancias, asume un tono profético. Sí. Este bandido se coloca en la línea de los profetas.
Ha hecho y dicho lo esencial. Ha confesado sus culpas, reconociendo que el suplicio, en su caso, era merecido; ha proclamado a Jesús inocente; ha obligado a callar al compañero atrevido; reconoce a Jesús como rey, no en el entusiasmo popular de los milagros, sino en el momento de la humillación y el abandono; declara que cree en un reino que trasciende este mundo; y reconoce, prácticamente, que la muerte representa la puerta de entrada en ese reino.
El compartir el mismo suplicio de Cristo le hace tan lúcido que intuye y proclama unas verdades fundamentales.
Así recibe el doble bautismo: el de sangre y el de deseo.
Y merece acompañar a Cristo en su entrada en el paraíso.

Precisamente él. El que estaba fuera de la ley. El excluso, hasta del calendario litúrgico.
Un día una madre, con cierta dosis de ingenuidad, le formuló a Cristo esta extraña petición: Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda en tu reino.
La pobre mujer no sabía que era una cosa imposible.
El puesto de la derecha estaba ya reservado... para un bandido.

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