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martes, 19 de mayo de 2009

NUESTRA MÍSTICA

Por el Padre Gabriel Carrón

El Espíritu Santo nos ha movido a servir en la Pastoral Penitenciaria. El Espíritu Santo y nosotros vamos a ver a los presos. Tenemos que "incluirnos" para poder incluir a los hermanos que están presos, y hacer de la cárcel o co­misaría, una Iglesia.
Debemos ir a la cárcel porque amamos a la Iglesia, para salvarla. (Mt. 25, 36) "...estuve en la cárcel y vinieron a verme." Si las Parroquias no asu­men la Pastoral Penitenciaria, se excluyen de entrar en el Cielo, porque no ten­drán quien los reciba allá.
Tenemos que estar más cerca de los marginados, debemos ir a los límites de la sociedad. Nosotros somos los más beneficiados cuando vamos a la cárcel, porque allí se recibe más de lo que podemos dar. Los amamos sin que ellos nos puedan devolver lo que les hemos dado. Los extraños que hemos encontrado en el camino de nuestra vida, nos van a recibir en el Cielo, porque en la vida no hay posibilidad de que nos devuelvan lo que les hemos brindado.
No vamos a la cárcel porque somos buenos, sino porque es Dios quien nos espera
. El amor al extraño es la característica de esta Pastoral. Hacer la experiencia de Dios, que me amó a mí siendo yo un extraño, se encarnó, me adoptó. Cuando nos presentemos a juicio, no será Jesús ni el Padre el que nos juzgará, sino que ellos, los presos que hemos visitado, serán los que dirán "estuve preso y éste me visitó."
Estamos sostenidos por Dios, vamos a la cárcel por gratitud. He recibido tanto amor de Dios, que no puedo dejar de amar a los demás. El pobre es el me­dio de comunión para poder llegar a Dios. Tenemos que ayudar al hermano que es­tá preso, a descubrir que Dios lo ama, ser capaces de abrazarlo con amor, con respeto, amar aún al que nos parece repugnante, también al que más daño me ha­ce. El meollo de la mística de esta Pastoral es "desde dónde voy a ver a los presos": desde el amor.
El contacto con el preso no tiene que ser de lástima, sino de mucho res­peto, hacerle saber que Dios lo sigue queriendo. Ayudarle a levantar su autoes­tima. Debemos entrar de rodillas a las cárceles, porque en ellas hay un sagra­rio viviente.
La exclusión de hoy
no es la lepra, es la encarcelación. El preso debe notar en nosotros respeto, amor, debe sentirse querido, eso lo ayudará a acep­tarse con sus fracasos. Debe aprender a amarse a sí mismo, tiene que sentir que Dios lo quiere, a través del visitante que le hace sentir que todavía tiene oportunidad de cambiar. Porque si vamos con lástima, lo lastimamos a él.

Como los discípulos de Emaús, los presos viven su vida como un fracaso, no creen en el futuro, no ven un sentido a su sufrimiento, porque viven sin sen­tido su historia. No quieren ver el pasado con los acontecimientos malos, entonces sienten su vida como un absurdo, que no vale nada. Pero si los ayudamos a ligar sus vidas a la vida de Jesús, su vida tendrá sentido y podrán sentir­se unidos ala Iglesia.
Jamás debemos preguntar ¿Qué hiciste? ni hasta cuándo estará. Ellos tienen derecho a mentirte. Su verdad tenés que ganártela. Saber escucharlos con respeto para merecer su verdad, para que sean capaces de decírsela a sí mismos. Al escuchar a un detenido en nombre de Dios, es como si hubiera un sacramento. Hay un pedido de Dios muy especial, es la reconciliación que hace con Dios, consigo mismo y con los demás. Se puede liberar de su carga al ser escuchado con amor.
"Arrodíllate ante Dios o ante uno que sufre. Todo lo demás es idolatría"
Cuando el preso descubre que Dios lo ama, se siente libre
. El hecho de visitarlos, es demostrarles que valen. Demostrarles afecto para que también ellos puedan quererse a sí mismos.
Ayudarlos a que puedan llevar sus vidas con sus fracasos y que a pesar de eso, Dios los sigue amando, y eso lo descubre con nosotros. Hacerle sentir que este fracaso no está aislado, sino que su vida está ligada a una comunidad. Tenemos que sacarlo de su aislamiento.
¿Por qué en las cárceles hay una presencia de Dios tan especial? Hay co­mo una presencia de Dios "concentrada", porque Jesús entró en la cárcel para santificarla, ya que murió como preso>marginado>excluído. Tuvo la vivencia de la cárcel y nos deja su experiencia de vida. Muere entre dos malhechores, para enseñarnos a orar. Cristo eligió a los presos para conformar las dos ora­ciones que más solemos hacer l) La del que pide que lo saquen de la cruz (Gestas, el que estaba a su izquierda) y 2) La del que acepta (San Dimas, el de la derecha). Cuando empieza a asumir la cruz es cuando deja de sufrir. Porque el sufrimiento es el rechazo a la cruz. Al aceptarla, llega Dios al corazón y se hace la paz. (Lc. 23, 39-43)
Finalmente, hay un tercer modo de orar: la proclamación. Y esa nos la enseña el centurión: "Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios."(Lc 23, 47)
En la Cruz se unen el policía y el ladrón. Este, el último en procla­mar su divinidad antes de morir de Jesús. El guardia, el primero en hacer lo mismo apenas muerto. Por eso, también debemos ocuparnos de los carceleros.

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