
Nuestra presencia cristiana quiere ser presencia celebrativa. Así se porta el Padre del Hijo pródigo (Lc 15,11-32). El hermano mayor (que es la ley de este mundo) quiere castigarlo, para que aprenda, para que cambie, pagando lo que ha hecho. El Padre en cambio, quiere curarlo con gozo: por eso manda a matar al ternero, haciendo un banquete al que invita a los músicos (hombres y mujeres del entorno) al gozo de la vida.
Sólo cura de verdad el amor hecho fiesta verdadera. El cielo es gozo de vida compartida (banquete de amor), compartir la vida de Dios y de los otros. Por eso el camino del cielo no puede ser camino de castigo, sino de gozo auténtico. Este es el gozo humano que culmina litúrgicamente en la fiesta del pan y vino compartidos, en nombre de Jesús, la fiesta de la eucaristía.
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