La Pastoral Penitenciaria lucha por la utopía de un mundo sin cárceles. Las muchas y famosas utopías que en el mundo han sido, han nacido todas de una situación social llena de opresiones, de injusticia y de pobreza. Significan una denuncia de esas injustas situaciones sociales y del anhelo universal de un mundo mejor, bajo el reinado de la justicia, de la libertad y del amor. La cárcel surgió para sustituir a otras penas que parecían más injustas y crueles, pero está bien demostrado que ella es asimismo injusta. Por esta razón, en los guetos carcelarios de pobreza, de injusticia y de sufrimiento tiene obligadamente que nacer la utopía que elimine la institución inhumana y torturadora de la cárcel.
La Iglesia está obligada a predicar un mundo de amor en el que no haya cárceles. Porque si hay algo contrario al evangelio, eso es la cárcel. Si Dios ha hecho libre al hombre, nadie tiene el derecho a privarle de libertad. La Iglesia, fiel al programa liberador de Jesucristo, tiene que propugnar la abolición de las prisiones, pues él vino a evangelizar a los pobres, a anunciar la libertad a los presos, a liberar a los oprimidos, a proclamar un año de gracia del Señor (Lc 4,19). Amnistía universal y abolición de la cárcel.
Un mundo sin cárceles podrá parecer una utopía, y seguramente lo es. La utopía es algo muy difícil de alcanzar, pero realizable; significa eso, el buen lugar (eu topía), el lugar feliz, el mundo nuevo en que reinará la solidaridad, la paz y la justicia. La utopía que estamos proclamando terminará por conseguirse, pues se trata no de abolir, sino de poner en funcionamiento otras correcciones y otros castigos que no sean la cárcel. Un cristiano que no se mueva en la utopía tiene muy poco de cristiano, pues, en último término, ¿qué es el cristianismo sino la más bella y más sublime utopía? ¿Qué es el reino de Dios sino la realización de la utopía? Si al evangelio le quitamos la utopía, le hemos quitado el alma.
Éste es el deseo de los penitenciaristas actuales: "Ojalá que algún día los hombres puedan solucionar el problema de la delincuencia de otra manera que no sea con la imposición de penas privativas de libertad"'.
Así suena la utopía: "¡Abajo las prisiones todas! ¡Abajo las infames celdas! Y que sobre sus ruinas, en las mismas orillas del mar riente, surjan como por ensalmo los hogares risueños y felices, rodeados de sendas floridas, de abundantes y olorosas rosas y blancos jazmines. Transfórmense los cepos infames en instrumentos de agricultura, y el odiado delincuente, no ya torturado, no ya envilecido, sino fraternalmente amado, fraternalmente cuidado, hallará en libertad, en la dulce quietud de los campos y en la ruda belleza del mar, la curación regeneradora del mal que le atormenta. Éste es el verdadero porvenir, éste es el camino del progreso y del humanitarismo: destruir hoy toda clase de castigo sobre la tierra. La venganza es herencia de pueblos salvajes y el castigo no es más que la larva de la venganza".
La Iglesia está obligada a predicar un mundo de amor en el que no haya cárceles. Porque si hay algo contrario al evangelio, eso es la cárcel. Si Dios ha hecho libre al hombre, nadie tiene el derecho a privarle de libertad. La Iglesia, fiel al programa liberador de Jesucristo, tiene que propugnar la abolición de las prisiones, pues él vino a evangelizar a los pobres, a anunciar la libertad a los presos, a liberar a los oprimidos, a proclamar un año de gracia del Señor (Lc 4,19). Amnistía universal y abolición de la cárcel.
Un mundo sin cárceles podrá parecer una utopía, y seguramente lo es. La utopía es algo muy difícil de alcanzar, pero realizable; significa eso, el buen lugar (eu topía), el lugar feliz, el mundo nuevo en que reinará la solidaridad, la paz y la justicia. La utopía que estamos proclamando terminará por conseguirse, pues se trata no de abolir, sino de poner en funcionamiento otras correcciones y otros castigos que no sean la cárcel. Un cristiano que no se mueva en la utopía tiene muy poco de cristiano, pues, en último término, ¿qué es el cristianismo sino la más bella y más sublime utopía? ¿Qué es el reino de Dios sino la realización de la utopía? Si al evangelio le quitamos la utopía, le hemos quitado el alma.
Éste es el deseo de los penitenciaristas actuales: "Ojalá que algún día los hombres puedan solucionar el problema de la delincuencia de otra manera que no sea con la imposición de penas privativas de libertad"'.
Así suena la utopía: "¡Abajo las prisiones todas! ¡Abajo las infames celdas! Y que sobre sus ruinas, en las mismas orillas del mar riente, surjan como por ensalmo los hogares risueños y felices, rodeados de sendas floridas, de abundantes y olorosas rosas y blancos jazmines. Transfórmense los cepos infames en instrumentos de agricultura, y el odiado delincuente, no ya torturado, no ya envilecido, sino fraternalmente amado, fraternalmente cuidado, hallará en libertad, en la dulce quietud de los campos y en la ruda belleza del mar, la curación regeneradora del mal que le atormenta. Éste es el verdadero porvenir, éste es el camino del progreso y del humanitarismo: destruir hoy toda clase de castigo sobre la tierra. La venganza es herencia de pueblos salvajes y el castigo no es más que la larva de la venganza".
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