La pastoral cristiana en el entorno de la cárcel forma parte de un apostolado más extenso dirigido a la transformación del ser humano, partiendo del mensaje de Jesús y de su anuncio del reino. Es una pastoral de la Iglesia a favor de los que, directa o indirectamente, se encuentran afectados por la privación de libertad.
Esta definición trasciende los muros de la cárcel, es mucho más amplia y compleja, y por eso hablamos del "mundo de la carcelación". En este mundo, dentro y fuera de la cárcel, encontramos personas concretas, con rostro y sufrimiento, y con una experiencia de vida marcada por el dolor.
De hecho, el discípulo sabe que “sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro”. Esa es la tarea esencial de evangelización, que incluye la opción preferencial por los pobres, la promoción humana integral y la auténtica liberación cristiana.
Esta evangelización no se realiza sólo con palabras; Jesús dice "hoy se cumple esta palabra que acabáis de oír" (Lc 4, 21). Esta acción solidaria es portadora de una fuerza transformadora, que nos llama a hacernos presentes en todas las instituciones y problemáticas donde se juega la suerte de los hombres (prisión, juzgado, comisaría, servicios sociales, parroquia).
A través de la evangelización llevamos la Buena Noticia al mundo de la carcelación: a los presos, los pos carcelados, los profesionales y funcionarios de seguridad y de la administración judicial, a las familias de todos ellos.
Este apostolado no tiene nada de exclusivo, sino que es el mismo apostolado cristiano (de palabra y fe, de amor y comunicación) que se expresa en el contexto preciso de la cárcel. La Iglesia sólo puede expresarse como mesiánica (cristiana: portadora de esperanza de salvación) si es que ofrece el mensaje y vida de Jesús precisamente donde ese mensaje parece más difícil de vivirse.
Los encarcelados forman parte del gran mundo de los necesitados, expulsados, oprimidos. Son los últimos eslabones de una cadena de opresión, signo y consecuencia de un pecado social mucho más extenso. La iglesia no los quiere castigar sino ofrecer un camino de humanidad y redención en Cristo, un principio nuevo de gracia, perdón y RECONCILIACIÓN que rompe la estructura de violencia de la tierra. En ese aspecto, queremos superar (destruir) la cárcel, pero no para volver a un orden anterior de violencia incontrolada, sino para alcanzar un nuevo plano de amor universal, no coactivo.
La presencia de la iglesia en el mundo de la carcelación resulta especialmente significativa: "la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquél Dios que se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza". Los cristianos, como discípulos y misioneros, somos llamados a contemplar, en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos: "Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo". Ellos desafían el núcleo del trabajo de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas. Todo lo que tenga relación con Cristo tiene relación con los pobres, y todo lo que está relacionado con los pobres clama por Jesucristo.
Esta definición trasciende los muros de la cárcel, es mucho más amplia y compleja, y por eso hablamos del "mundo de la carcelación". En este mundo, dentro y fuera de la cárcel, encontramos personas concretas, con rostro y sufrimiento, y con una experiencia de vida marcada por el dolor.
De hecho, el discípulo sabe que “sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro”. Esa es la tarea esencial de evangelización, que incluye la opción preferencial por los pobres, la promoción humana integral y la auténtica liberación cristiana.
Esta evangelización no se realiza sólo con palabras; Jesús dice "hoy se cumple esta palabra que acabáis de oír" (Lc 4, 21). Esta acción solidaria es portadora de una fuerza transformadora, que nos llama a hacernos presentes en todas las instituciones y problemáticas donde se juega la suerte de los hombres (prisión, juzgado, comisaría, servicios sociales, parroquia).
A través de la evangelización llevamos la Buena Noticia al mundo de la carcelación: a los presos, los pos carcelados, los profesionales y funcionarios de seguridad y de la administración judicial, a las familias de todos ellos.
Este apostolado no tiene nada de exclusivo, sino que es el mismo apostolado cristiano (de palabra y fe, de amor y comunicación) que se expresa en el contexto preciso de la cárcel. La Iglesia sólo puede expresarse como mesiánica (cristiana: portadora de esperanza de salvación) si es que ofrece el mensaje y vida de Jesús precisamente donde ese mensaje parece más difícil de vivirse.
Los encarcelados forman parte del gran mundo de los necesitados, expulsados, oprimidos. Son los últimos eslabones de una cadena de opresión, signo y consecuencia de un pecado social mucho más extenso. La iglesia no los quiere castigar sino ofrecer un camino de humanidad y redención en Cristo, un principio nuevo de gracia, perdón y RECONCILIACIÓN que rompe la estructura de violencia de la tierra. En ese aspecto, queremos superar (destruir) la cárcel, pero no para volver a un orden anterior de violencia incontrolada, sino para alcanzar un nuevo plano de amor universal, no coactivo.
La presencia de la iglesia en el mundo de la carcelación resulta especialmente significativa: "la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquél Dios que se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza". Los cristianos, como discípulos y misioneros, somos llamados a contemplar, en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos: "Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo". Ellos desafían el núcleo del trabajo de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas. Todo lo que tenga relación con Cristo tiene relación con los pobres, y todo lo que está relacionado con los pobres clama por Jesucristo.
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