La inseguridad es, hoy en día, uno de los temas que está en el tapete del interés nacional. Hay que ponerse en el lugar de las víctimas, y de entender su sufrimiento, sobre todo cuando han sufrido un mal irreparable. La bronca, la impotencia, unidos al resentimiento, han llevado a proponer remedios cada vez más tajantes, que "aseguren" la vida ciudadana: Más cárceles, más lejos, desde más pequeños, por más tiempo... Esa solución, es simplemente contenedora, y no apunta al bien del que delinque, a su cambio y resocialización, sino a que lo tengan bien "guardado", y así no moleste más. Y ahí, uno -teóricamente- estaría tranquilo y "seguro"...
Por otra parte, la doctora Argibay, de la corte suprema, habló de "la necesidad de resolver la crisis social para solucionar el problema de la delincuencia" (La Nación, 25/3/09). Habría que ver, qué entiende ella por "crisis social". Pero eso no alcanza, pues no se ha llegado a la raíz de la inseguridad, que está en una defectuosa libertad humana, que no elige bien, no elige todo el bien, y por eso no hace el bien, lesionando los derechos de otros. El problema está en la elección, antes que en la acción. De ahí que hay que trabajar mucho y antes en los valores que determinan las decisiones de los jóvenes.
Sumado a esto, los cristianos tenemos una certeza que nos brinda la fe, y que nos puede ayudar a llegar al fondo del problema de la inseguridad. Ella nos dice que la inseguridad comienza con la desvinculación de Aquel que "seguro" es Bueno: Dios. Y eso tiene un nombre: pecado. En la medida en que tos argentinos de distintos estamentos y sectores sociales, procuramos o permitimos que la sociedad se aleje del que "seguro" podemos decir que es Bueno, comienza la inseguridad de que crezca el mal entre nosotros.
Parto de una verdad teológica: la impecancia y la impecabilidad de Cristo, que "pasó haciendo el bien” (Hech, 10,38). Jesucristo no necesitó la coerción exterior que le indique y lo vigile para que haga el bien. Él era el Bien, obraba el Bien, y re-incorporó el puro bien en la humanidad (redención). Por lo tanto, para el que vive en Cristo, "la ley está de más", dice San Pablo (cfr. Gál.5,23). De allí que en continuidad eclesial con lo anterior, no hacía falta un policía, para que San Francisco de Asís, la Madre Teresa de Calcuta o Juan Pablo II no obren el mal. Es más! El sueño de ellos fue dar la vida por los demás.
De ahí que podríamos decir que, cuanto más la vida de los jóvenes -particularmente-, se vincule con la vida de Cristo, menos inseguridad tendremos, y más seguridad de que el bien será elegido y obrado. Dejémonos de dar vueltas entonces, y asegurémonos de esto, en lugar de tanto parloteo conjetural, y diagnósticos parciales sobre la inseguridad.
¿De qué habría que asegurarse entonces? De lo primero que habría que estar seguro, es de distinguir el bien del mal. Si eso no lo hacemos, vamos por mal camino. Hoy en día se han perdido las fronteras, de uno y otro, o también, se niega la capacidad humana de reconocerlo. En el fondo hay una confianza abusiva en la razón, que no ve ni reconoce sus propios límites y fragilidades. Esa orgullosa razón, dogmáticamente, nunca le da la "razón" a la Palabra de Dios...
Dios nos de la honestidad de conciencia, y el valor para llamarlas cosas por su nombre. Ese amor a la verdad nos ayudará a ir saliendo verdaderamente de este flagelo actual.
P. Fernando Lardizábal (extracto)
Delegado Episcopal para
la Pastoral Penitenciaria
Por otra parte, la doctora Argibay, de la corte suprema, habló de "la necesidad de resolver la crisis social para solucionar el problema de la delincuencia" (La Nación, 25/3/09). Habría que ver, qué entiende ella por "crisis social". Pero eso no alcanza, pues no se ha llegado a la raíz de la inseguridad, que está en una defectuosa libertad humana, que no elige bien, no elige todo el bien, y por eso no hace el bien, lesionando los derechos de otros. El problema está en la elección, antes que en la acción. De ahí que hay que trabajar mucho y antes en los valores que determinan las decisiones de los jóvenes.
Sumado a esto, los cristianos tenemos una certeza que nos brinda la fe, y que nos puede ayudar a llegar al fondo del problema de la inseguridad. Ella nos dice que la inseguridad comienza con la desvinculación de Aquel que "seguro" es Bueno: Dios. Y eso tiene un nombre: pecado. En la medida en que tos argentinos de distintos estamentos y sectores sociales, procuramos o permitimos que la sociedad se aleje del que "seguro" podemos decir que es Bueno, comienza la inseguridad de que crezca el mal entre nosotros.
Parto de una verdad teológica: la impecancia y la impecabilidad de Cristo, que "pasó haciendo el bien” (Hech, 10,38). Jesucristo no necesitó la coerción exterior que le indique y lo vigile para que haga el bien. Él era el Bien, obraba el Bien, y re-incorporó el puro bien en la humanidad (redención). Por lo tanto, para el que vive en Cristo, "la ley está de más", dice San Pablo (cfr. Gál.5,23). De allí que en continuidad eclesial con lo anterior, no hacía falta un policía, para que San Francisco de Asís, la Madre Teresa de Calcuta o Juan Pablo II no obren el mal. Es más! El sueño de ellos fue dar la vida por los demás.
De ahí que podríamos decir que, cuanto más la vida de los jóvenes -particularmente-, se vincule con la vida de Cristo, menos inseguridad tendremos, y más seguridad de que el bien será elegido y obrado. Dejémonos de dar vueltas entonces, y asegurémonos de esto, en lugar de tanto parloteo conjetural, y diagnósticos parciales sobre la inseguridad.
¿De qué habría que asegurarse entonces? De lo primero que habría que estar seguro, es de distinguir el bien del mal. Si eso no lo hacemos, vamos por mal camino. Hoy en día se han perdido las fronteras, de uno y otro, o también, se niega la capacidad humana de reconocerlo. En el fondo hay una confianza abusiva en la razón, que no ve ni reconoce sus propios límites y fragilidades. Esa orgullosa razón, dogmáticamente, nunca le da la "razón" a la Palabra de Dios...
Dios nos de la honestidad de conciencia, y el valor para llamarlas cosas por su nombre. Ese amor a la verdad nos ayudará a ir saliendo verdaderamente de este flagelo actual.
P. Fernando Lardizábal (extracto)
Delegado Episcopal para
la Pastoral Penitenciaria
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