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miércoles, 15 de abril de 2009

Toda muerte es una pena

La pena de muerte no es solución a la delincuencia y la inseguridad. Es necesario volver al respeto por la vida y la aplicación de la Ley a todos los responsables, comenzando por los más altos cargos de poder.

Sin siquiera entrar en el terreno hipotético de cómo funcionaría la pena de muerte con la policía y la Justicia que tenemos (en un país donde el gatillo fácil acabó con la vida de casi 2500 personas), parece prudente recordar la cantidad de estudios que demuestran que la pena capital no es una solución a la delincuencia. Quizás alcance con una sola y elocuente estadística elaborada por el Uniform Crime Report de Estados Unidos, organismo dependiente del FBI: mientras la tasa de homicidios en Estados donde a principios de los años 70 regía la pena capital era de 7,9 cada cien mil habitantes, en los otros –aquellos que habían abolido la pena de muerte – la tasa era menor: 5,1 cada cien mil ciudadanos.

Ante este desalentador panorama hablar de la pena capital sería sumarle más muerte a la muerte. En cambio, se podría empezar por hablar de propuestas de vida: educación; trabajo digno; oportunidades verdaderas para todos; verdadera justicia; responsabilidad ante los compromisos asumidos, ya sea en el ámbito personal como comunitario: familia, trabajo, escuela…

Juan José Chiappetti y Victorino Zecchetto


ADEMAS…

"Ayudame a hacerme cargo de mis actos"

Frecuentemente constatamos con tristeza numerosas situaciones juveniles de sufrimiento, dolor, muerte, sin muchas certezas sobre qué hacer o cómo responder a las mismas: adicciones varias, episodios diversos de violencia juvenil, conductas delictivas y antisociales en menores de edad, actitudes viales decididamente peligrosas.

Frente a esta realidad ¿qué alternativas ofrecen los adultos a los jóvenes y adolescentes?

Rafael Tesoro


Y…

El apasionado por el Reino

Jesús era un judío galileo, campesino, del siglo I. El Reino de Dios implicaba socavar, resistir pasiva y radicalmente, la situación de marginación, pobreza y muerte impuesta por los romanos y por la aristocracia sacerdotal aliada con ese poder romano. Implicaba también suspirar por una realidad distinta. En este contexto aparece Jesús.

Él llega a Jerusalén y realiza la acción más grave de toda su vida: echa afuera a los que vendían y compraban en el templo. Vuelca la mesa de los cambistas “¿Acaso no está escrito: ‘Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Pero Ustedes la han convertido en una cueva de ladrones’”.

Es importante comprender que la muerte de Jesús no fue sólo un sacrificio sino, también un asesinato.

Alberto Faraoni, sdb

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