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jueves, 13 de agosto de 2009

EL ELEFANTE ENCADENADO

Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de ello eran los animales. También a mí como a otros (des­pués me enteré), me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enorme bes­tia hacía despliegue de peso, tamaño y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.
Sin embargo, la estaca era sólo un minús­culo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa, y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con. facilidad arrancar la estaca y huir.
El misterio es evidente:
¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye? pregunté.
Algunos de ellos, me explicó, que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.
Hice entonces, la pregunta obvia:
-¿si esta amaestrado por qué lo encadenan?.
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Hace algunos años descu­brí que por suerte para mí, alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la res­puesta:
El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida des­de que era muy, muy pequeño.

Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él.
Imagino que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía...
Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.
Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree, pobre, que no puede. Él tiene registro y recuer­do de su impotencia, de aquella impotencia que sintió después de nacer.
Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro.
Jamás... jamás miento poner a prueba su fuerza otra vez.

Y así es. Todos somos un poco como el elefante del circo: vamos por el mundo ata­dos a cientos de estacas que nos restan liber­tad.
Vivimos creyendo que un montón de cosas “no podemos” simplemente porque algu­na vez, antes, cuando éramos chicos proba­mos y no pudimos.Hicimos, entonces, lo del elefante: grabamos en nuestro recuerdo: no puedo... no puedo y nunca podré. Hemos crecido por­tando ese mensaje que nos impusimos a no­sotros mismos y nunca más lo volvimos a intentar. Tu única manera de saber si puedes es intentar “de nuevo” poniendo en el inten­to todo tu corazón... todo tu corazón.

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