El Reino no es proclamado a todos. No por decisión de Jesús, sino por la esencia misma del Reino. No se trata tanto de que Jesús establezca diferencias entre hacerse oír por unos o por otros, aunque a veces parece que sí hace estas diferencias (Mc 4,10-12). Pero lo básico está en que el Reino mismo no puede ser predicado indistintamente como Buena Noticia para todos. Según Jesús el Reino está destinado a los pobres; es de ellos; les pertenece. Sólo para ellos será causa de alegría. Y, de acuerdo con Jesús, la línea divisoria entre la alegría y la pena que habrá de producir el Reino pasa entre pobres y ricos.
Las bienaventuranzas de Jesús están dirigidas exclusivamente a los pobres, llorosos y hambrientos (Lc 6,22-23). Pero el Reino de Dios es una mala noticia -la causa de un "¡ay!"- para "los ricos", "los que ahora están satisfechos", "los que ahora ríen" (Lc 6,24-25). La venida del Reino significa el fin de estos privilegios. Para estas personas el Reino no puede ser una Buena Noticia si es que no están dispuestas a un cambio profundo de mentalidad y de vida. Por ello Jesús prevé que el anuncio del Reino había de ser motivo de escándalo para algunos. Con toda razón Jesús mismo concluye la cita de Isaías "los pobres son evangelizados" con "dichoso el que no se escandalice de mí" (Lc 7,23 y Mt 11,6). Los que se escandalizan y se indignan son los despreciadores de los pobres, pues están convencidos de que "esa gente, que no entiende de la Ley, están bajo la maldición de Dios" (Jn 7,49).
El Reino viene para los pobres y para hacerlos felices. Y esta noticia no puede sino ser mala para aquellos a quienes el Reino encuentre egoístamente apegados a "sus" riquezas. Sólo la conversión a la causa del pobre podrá hacer que los valores del Reino sean ocasión de alegría para ellos. Pero el caso es que muchos de ellos no quieren cambiar, ni quieren tampoco que cambien los pobres. "Viendo no ven y oyendo no entienden" (Lc 8,10). "Escuchan sin oír ni entender" (Mt 13,14), pues en el fondo no quieren "ni convertirse, ni que yo los cure" (Mt 13,15), dice Jesús.
Los opresores, los orgullosos, los ricos egoístas no sirven para el Reino. En Israel muchos de ellos se consideraban "justos" ante Dios. La actitud de Jesús le llevó a un serio conflicto con ellos, de tinte político-religioso. Hablaremos de esto en el capítulo octavo.
Pero digamos ahora que la exclusión es tan radical que Jesús previene a sus seguidores para que se cuiden de inficionarse del veneno de los excluidos del Reino. Jesús exige con insistencia a sus discípulos la comprensión del mecanismo de opresión ideológica y religiosa que aparta del Reino. Hay que conocer "los misterios del Reino" para aprender a desenmascarar y desmantelar todo mecanismo ideológico-religioso opresor.
Es necesario conocer "los secretos del Reino" para poder guardarse de una mentalidad opuesta y errónea, propia de los enemigos del Reinado de Dios. "Atención, cuidado con la levadura del pan de los fariseos y con la de Herodes" (Mc 8,15). Los discípulos han de estar atentos para no dejarse engañar por la mentalidad opuesta al Reino, por más que ciertos fariseos y gobernantes la pinten de lindos colores religiosos.
Las bienaventuranzas de Jesús están dirigidas exclusivamente a los pobres, llorosos y hambrientos (Lc 6,22-23). Pero el Reino de Dios es una mala noticia -la causa de un "¡ay!"- para "los ricos", "los que ahora están satisfechos", "los que ahora ríen" (Lc 6,24-25). La venida del Reino significa el fin de estos privilegios. Para estas personas el Reino no puede ser una Buena Noticia si es que no están dispuestas a un cambio profundo de mentalidad y de vida. Por ello Jesús prevé que el anuncio del Reino había de ser motivo de escándalo para algunos. Con toda razón Jesús mismo concluye la cita de Isaías "los pobres son evangelizados" con "dichoso el que no se escandalice de mí" (Lc 7,23 y Mt 11,6). Los que se escandalizan y se indignan son los despreciadores de los pobres, pues están convencidos de que "esa gente, que no entiende de la Ley, están bajo la maldición de Dios" (Jn 7,49).
El Reino viene para los pobres y para hacerlos felices. Y esta noticia no puede sino ser mala para aquellos a quienes el Reino encuentre egoístamente apegados a "sus" riquezas. Sólo la conversión a la causa del pobre podrá hacer que los valores del Reino sean ocasión de alegría para ellos. Pero el caso es que muchos de ellos no quieren cambiar, ni quieren tampoco que cambien los pobres. "Viendo no ven y oyendo no entienden" (Lc 8,10). "Escuchan sin oír ni entender" (Mt 13,14), pues en el fondo no quieren "ni convertirse, ni que yo los cure" (Mt 13,15), dice Jesús.
Los opresores, los orgullosos, los ricos egoístas no sirven para el Reino. En Israel muchos de ellos se consideraban "justos" ante Dios. La actitud de Jesús le llevó a un serio conflicto con ellos, de tinte político-religioso. Hablaremos de esto en el capítulo octavo.
Pero digamos ahora que la exclusión es tan radical que Jesús previene a sus seguidores para que se cuiden de inficionarse del veneno de los excluidos del Reino. Jesús exige con insistencia a sus discípulos la comprensión del mecanismo de opresión ideológica y religiosa que aparta del Reino. Hay que conocer "los misterios del Reino" para aprender a desenmascarar y desmantelar todo mecanismo ideológico-religioso opresor.
Es necesario conocer "los secretos del Reino" para poder guardarse de una mentalidad opuesta y errónea, propia de los enemigos del Reinado de Dios. "Atención, cuidado con la levadura del pan de los fariseos y con la de Herodes" (Mc 8,15). Los discípulos han de estar atentos para no dejarse engañar por la mentalidad opuesta al Reino, por más que ciertos fariseos y gobernantes la pinten de lindos colores religiosos.
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