La palabra Reino no se refiere a ningún territorio concreto. Más exactamente deberíamos decir Reinado de Dios, pues a lo que Jesús se refiere es al poderío de la acción divina en este mundo, que va transformando lo viejo en nuevo, lo injusto en justo y lo enfermo en sano, y que seguirá actuando así hasta que llegue a cumplirse su voluntad en todas las cosas.
El Reino de Dios no es, pues, algo estático, ya hecho, sino algo dinámico, que está sucediendo y que crece con fuerza (Mc 9,1-2).
a) El Reino de Dios es Buena Noticia para los pobres
Para entender lo que Jesús entendía por Reino de Dios hay que tener en cuenta que él predicó su mensaje a un pueblo que vivía de las ideas y tradiciones del Antiguo Testamento. Cada uno a su modo, todos esperaban la venida del Reino de Dios: los fariseos en la fiel observancia de la Ley; los esenios, en el retiro del desierto; los zelotes, por la violencia revolucionaria. Era una esperanza común, heredada del pasado, pero agudizada por la situación presente. En ellos el Reino de Dios tenía aspectos muy nacionalistas, políticos y un tanto interesados. Jesús, partiendo del Antiguo Testamento, le da al Reino un significado distinto.
Los "pobres de Yavé" deseaban la venida de un rey, que por fin implantaría en la tierra el ideal de la verdadera justicia (Sal 45;72; Is 11,3-5; 32,1-3. 15-18). La justicia de este rey esperado consistiría en defender eficazmente al que por sí mismo no puede defenderse. "Que él defienda a los humildes del pueblo, socorra a los hijos del pobre y quebrante al explotador... El librará al pobre que pide auxilio, al afligido que no tiene protector; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres; él vengará sus vidas de la violencia, su sangre será preciosa a sus ojos" (Sal 72 4. 12-14).
Por eso, cuando Jesús dice que ya llega el Reino de Dios quiere decir que por fin se va a implantar la situación anhelada por los marginados y despreciados del mundo; por fin se va a realizar la justicia según Dios para todos los desheredados de la tierra, para los pobres, los oprimidos, los débiles, los indefensos. Por eso dice Jesús que el Reino es para los pobres (Lc 6,20), para los pequeños (Mt 5,19), para los niños (Mc 10,14), o sea, para todos los que la sociedad margina y desestima.
Cuando Jesús anuncia que el Reino de Dios se acerca para esos pobres (Mt 11,5; Lc 4,18), y no para los "justos", hace una primera afirmación importante sobre lo que significa que el Reino de Dios se acerca: Y este modo de acercarse el Reino es lo que produce escándalo (Mt 11,6): que Dios dé una esperanza a los que nunca la tuvieron.
Pero el Reino de Dios no es sólo una esperanza para los pobres, al saberse amados por Dios. Está claro que Jesús no se limitó a anunciar el amor escandaloso y parcial de Dios hacia los pobres, sino que trató también de liberarlos de su miseria real.
En primer lugar, Jesús ejercitó una actividad liberadora con sus milagros y exorcismos. Ellos no son sino una "señal de que ha llegado el Reinado de Dios" (Mt 12,28). Son señales de la presencia del Reino. Son obras en favor de quien está en necesidad. El poder del bien triunfa sobre los poderes del mal; y eso justamente es el Reinado de Dios.
En segundo lugar, Jesús promueve la solidaridad entre los hombres, pero no de forma genérica, sino históricamente situada. Combate en concreto la falta de solidaridad en su sociedad y, como contrapartida, se acerca a aquellos a quienes la sociedad ha marginado: conversa con ellos, come con ellos, los defiende y los alaba. Así va creando una nueva conciencia colectiva de solidaridad.
En tercer lugar, Jesús denuncia toda acción, actitud o estructura que mantenga a los hombres divididos en lobos y corderos, en "orgullosos" y "despreciados". Condena a los ricos que sólo buscan consuelo (Lc 6,24). Llama "necio" al rico agricultor que se goza egoístamente en la abundancia de su cosecha (Lc 12,16-21). Condena al rico Epulón, que no sabe compartir con el necesitado (Lc 16,19-31). Y en nombre del Padre llama "malditos" a todos los que no se preocupan de las necesidades vitales del prójimo (Mt 25,41-45). "¡Con qué dificultad entran en el Reino de Dios los que tienen el dinero!" (Lc 18,24), pues "nadie puede servir a Dios y al dinero" (Mt 6,24). Según Jesús, la única forma de hacer justa "la riqueza injusta" (Lc 16,9), es dándola a los pobres (Mt 19,21; Mc 10,21; Lc 18,22).
Por último, Jesús vive él mismo y propone la práctica del amor como ley de vida en el Reino. De ello hemos hablado en capítulos anteriores. El Reino se construye en la medida en que vivimos el amor fraterno. Y amándonos como hermanos, nos sabemos amados por Dios mismo. Un mundo según Dios tiene que ser un mundo según el amor, pues "Dios es amor" (1 Jn 4,7).
El Reino de Dios es, pues, reino de justicia, de vida, de verdad y de amor. Por eso se anuncia a aquellos que menos tienen de estos valores. Y en esto consiste la novedad del anuncio de Jesús: en que los pobres vuelven a la vida, a la justicia y a la dignidad del amor fraterno. Sólo desde la parcialidad de Dios hacia los sin vida se garantiza que Dios sea un Dios de vida para todos.
La razón del privilegio de los pobres no se encuentra en ellos mismos, sino en la forma de ser de Dios y en la manera como él quiere ejercer su realeza en favor de los débiles y desamparados. Dios quiere garantizar a través del Reino el derecho de los hombres que son incapaces de hacerlo valer por sí mismos. Como Rey justo, Dios no puede ser otra cosa que el protector de los desvalidos.
b) Para entrar en el Reino de Dios hay que cambiar de vida.
Para que podamos creer en la Buena Noticia del Reinado de Dios, Jesús llama a conversión, o sea, a cambiar el modo de pensar y de actuar (Mc 1,15), pues según el modo de pensar del mundo es imposible entender, ni menos aún vivir, el Reinado de Dios. Es necesario un cambio profundo del corazón para poder conocer y encontrar al Dios verdadero, el Dios de Jesús. Convertirse es, pues, volverse al verdadero Dios.
El hijo perdido de la parábola se encontró a sí mismo cuando a partir de su miseria encontró en su propio interior la bondad del Padre (Lc 15,11-32). Sólo el calor de la casa del Padre, sólo el poder de su amor que anida en el corazón del hombre, nos puede dar coraje para enfrentarnos con nuestra vida, de manera que cambiemos de forma de pensar y de actuar.
Para participar, pues, en el Reinado de Dios, hay que hacer un gran esfuerzo personal; hay que hacerse violencia (Mt 11,12). "Forcejeen para abrirse paso por la puerta estrecha" (Lc 13,24). Esta es tarea difícil, pero posible, ya que nunca estaremos solos en este esfuerzo personal: El Espíritu de Jesús está siempre fortaleciendo nuestra debilidad (Rm 8,26). Pero a nadie se le perdona el esfuerzo de vencerse a sí mismo y llevar su cruz para poder seguir a Jesús. El que no lo haga no es digno de él (Mt 10,38).
Para entrar en el Reino hay que aprender a pensar y a actuar según Dios. Hay que convertirse a un nuevo modo de ser ante Dios y ante la novedad anunciada por Jesús. Y ello no se hace sin dolor: hay que aprender a cargar esta cruz. Hay que superar crisis muy reales para poder decidirse por el nuevo orden de cosas que trae Jesús y que ya comienza a estar dentro de nosotros mismos (Lc 17,21). Hay que estar dispuestos a perderlo todo con tal de adquirir esta piedra preciosa (Mt 13,45-46). El Reinado de Dios está antes que la propia familia (Mt 10,37). Es más importante que nuestros ojos, nuestras manos (Mc 9,43), y que nuestra propia vida (Lc 17,33).
La exigencia de conversión hecha por Jesús es sumamente dura y exigente: "Si no cambian, todos ustedes perecerán" (Lc 13,5). El desastre se aproxima y ésta es la última hora para convertirse (Mt 24,37-44). El hacha está colocada en la raíz del árbol y si no da fruto, será cortado (Lc 13,9). Si no hay conversión, el dueño de la casa cerrará la puerta, y los atrasados habrán de oír estas palabras: "No sé quiénes son ustedes" (Lc 13,25); ya es tarde para abrirles la puerta del Reino (Mt 25,11).
El convite del Reino es para todos. La mayoría, sin embargo, se encuentra atareada de tal forma en sus quehaceres, que rechaza la invitación de Jesús para la fiesta (Lc 14,16-24). El que se decide por la novedad de Jesús sólo debe mirar hacia adelante; el pasado quedó atrás (Lc 9,62). La opción por seguir a Jesús no puede quedar a medio camino (Lc 14,28-32). La decisión es muy seria. Decir que "sí" de boca es cosa fácil; lo importante es realizar la voluntad del Padre (Lc 6,46). Caso contrario, la última situación del hombre es peor que la primera (Mt 12,43-45).
La conversión misma es como el traje de una novia, como la cabeza perfumada (Mt 6,17), como la música y la danza (Lc 15,25), como la alegría del hijo que regresa a la casa paterna (Lc 15,32).
c) En el Reino de Dios se construye una nueva sociedad
La predicación de Jesús sobre el Reinado de Dios no se dirige sólo a las personas exigiéndoles conversión. Se dirige también al mundo de las personas. El Reino de Dios busca la construcción de una sociedad digna del hombre, pues sólo así será digna del Padre de todos los hombres: Una sociedad en cambio hacia la verdadera fraternidad, la igualdad y la solidaridad entre todos. Una sociedad, además, en la que si alguien es privilegiado o favorecido, ese sea precisamente el débil y el marginado. De aquí que el Reinado de Dios, tal como lo presenta Jesús, representa la transformación más radical de valores que jamás se haya podido anunciar. Porque es la negación y el cambio, desde sus cimientos, del sistema social establecido.
El sistema actual, como sabemos de sobra, se basa en la competitividad, la lucha del más fuerte contra el más débil y la dominación del poderoso sobre el que no tiene poder (Mc 10,42). Frente a eso Jesús proclama que Dios es Padre de todos por igual, y por ello todos somos hermanos con la misma dignidad y los mismos derechos. En toda familia bien nacida, si a alguien se le privilegia, es precisamente al menos favorecido, al enfermo, al indefenso. Este es el ideal de lo que representa el Reinado de Dios en la predicación de Jesús.
Este proyecto de Dios no se puede implantar por la fuerza. Tiene que realizarse poco a poco mediante la conversión de las mentes y los corazones. El Reino de Dios se va haciendo realidad en la medida en que haya hombres y mujeres que cambien radicalmente su propia mentalidad, su escala de valores, su apreciación práctica y concreta por el dinero, el poder y el prestigio. Este proyecto sólo es realizable a partir de pequeñas comunidades, comunidades de base, que se ponen a vivir en concreto el ideal evangélico de una plena igualdad fraterna, impulsados por la libertad de sentirse hijos de Dios.
Pero Jesús no se contenta con vivir él y sus comunidades los valores nuevos del Reino de Dios. El, además, desenmascara y denuncia a todos y a todo lo que oprime al hombre. La comunidad de Jesús jamás se comporta como un grupo que se encierra en sí mismo para vivir aislados sus propios valores. Los seguidores de Jesús han de ser "luz del mundo" (Mt 5,14) y "sal de la tierra" (5,13). "El Reinado de Dios se parece a la levadura... que acaba por fermentarlo todo" (Lc 13,21). A todo ha de llegar el orden del Padre Dios, al mundo material, a todo lo humano, a todo lo espiritual. Con Jesús comenzó ya el fin de este viejo mundo actual y todas sus estructuras de pecado.
El Reino de Dios que Jesús anuncia y hace presente no coincide sólo con la liberación de éste o de aquel mal, de las injusticias, de la opresión o sólo del pecado. El Reinado de Dios tiene que abarcarlo todo: mundo, hombre, sociedad. Toda la realidad ha de ser transformada por Dios.
El Reino es como una pequeña semilla que se va desarrollando poco a poco, pero con firmeza (Mc 4,30-35); semilla buena, pero que por ahora crece junto a la mala hierba (Mc 13,24-30). Este crecimiento del Reino se realiza continuamente a través de los pequeños triunfos de liberación que se efectúan a través de la historia.
En el apartado 5 de este capítulo seguiremos profundizando en el futuro de la nueva sociedad, que ya se está construyendo a lo largo de la historia. El Reino de Dios es un proceso que empieza en la historia y que acabará en la escatología final. Jesús anuncia un triunfo final, pero ese triunfo se va anticipando en la historia concreta de cada día. Por ello a cada liberación parcial realizada en la historia se le abre el horizonte del triunfo total, cuando el Reinado de Dios haya llegado a su plenitud. El Reino de Dios "ya" está en medio de nosotros, pero "todavía no" se ha completado su construcción.
El Reino de Dios no es, pues, algo estático, ya hecho, sino algo dinámico, que está sucediendo y que crece con fuerza (Mc 9,1-2).
a) El Reino de Dios es Buena Noticia para los pobres
Para entender lo que Jesús entendía por Reino de Dios hay que tener en cuenta que él predicó su mensaje a un pueblo que vivía de las ideas y tradiciones del Antiguo Testamento. Cada uno a su modo, todos esperaban la venida del Reino de Dios: los fariseos en la fiel observancia de la Ley; los esenios, en el retiro del desierto; los zelotes, por la violencia revolucionaria. Era una esperanza común, heredada del pasado, pero agudizada por la situación presente. En ellos el Reino de Dios tenía aspectos muy nacionalistas, políticos y un tanto interesados. Jesús, partiendo del Antiguo Testamento, le da al Reino un significado distinto.
Los "pobres de Yavé" deseaban la venida de un rey, que por fin implantaría en la tierra el ideal de la verdadera justicia (Sal 45;72; Is 11,3-5; 32,1-3. 15-18). La justicia de este rey esperado consistiría en defender eficazmente al que por sí mismo no puede defenderse. "Que él defienda a los humildes del pueblo, socorra a los hijos del pobre y quebrante al explotador... El librará al pobre que pide auxilio, al afligido que no tiene protector; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres; él vengará sus vidas de la violencia, su sangre será preciosa a sus ojos" (Sal 72 4. 12-14).
Por eso, cuando Jesús dice que ya llega el Reino de Dios quiere decir que por fin se va a implantar la situación anhelada por los marginados y despreciados del mundo; por fin se va a realizar la justicia según Dios para todos los desheredados de la tierra, para los pobres, los oprimidos, los débiles, los indefensos. Por eso dice Jesús que el Reino es para los pobres (Lc 6,20), para los pequeños (Mt 5,19), para los niños (Mc 10,14), o sea, para todos los que la sociedad margina y desestima.
Cuando Jesús anuncia que el Reino de Dios se acerca para esos pobres (Mt 11,5; Lc 4,18), y no para los "justos", hace una primera afirmación importante sobre lo que significa que el Reino de Dios se acerca: Y este modo de acercarse el Reino es lo que produce escándalo (Mt 11,6): que Dios dé una esperanza a los que nunca la tuvieron.
Pero el Reino de Dios no es sólo una esperanza para los pobres, al saberse amados por Dios. Está claro que Jesús no se limitó a anunciar el amor escandaloso y parcial de Dios hacia los pobres, sino que trató también de liberarlos de su miseria real.
En primer lugar, Jesús ejercitó una actividad liberadora con sus milagros y exorcismos. Ellos no son sino una "señal de que ha llegado el Reinado de Dios" (Mt 12,28). Son señales de la presencia del Reino. Son obras en favor de quien está en necesidad. El poder del bien triunfa sobre los poderes del mal; y eso justamente es el Reinado de Dios.
En segundo lugar, Jesús promueve la solidaridad entre los hombres, pero no de forma genérica, sino históricamente situada. Combate en concreto la falta de solidaridad en su sociedad y, como contrapartida, se acerca a aquellos a quienes la sociedad ha marginado: conversa con ellos, come con ellos, los defiende y los alaba. Así va creando una nueva conciencia colectiva de solidaridad.
En tercer lugar, Jesús denuncia toda acción, actitud o estructura que mantenga a los hombres divididos en lobos y corderos, en "orgullosos" y "despreciados". Condena a los ricos que sólo buscan consuelo (Lc 6,24). Llama "necio" al rico agricultor que se goza egoístamente en la abundancia de su cosecha (Lc 12,16-21). Condena al rico Epulón, que no sabe compartir con el necesitado (Lc 16,19-31). Y en nombre del Padre llama "malditos" a todos los que no se preocupan de las necesidades vitales del prójimo (Mt 25,41-45). "¡Con qué dificultad entran en el Reino de Dios los que tienen el dinero!" (Lc 18,24), pues "nadie puede servir a Dios y al dinero" (Mt 6,24). Según Jesús, la única forma de hacer justa "la riqueza injusta" (Lc 16,9), es dándola a los pobres (Mt 19,21; Mc 10,21; Lc 18,22).
Por último, Jesús vive él mismo y propone la práctica del amor como ley de vida en el Reino. De ello hemos hablado en capítulos anteriores. El Reino se construye en la medida en que vivimos el amor fraterno. Y amándonos como hermanos, nos sabemos amados por Dios mismo. Un mundo según Dios tiene que ser un mundo según el amor, pues "Dios es amor" (1 Jn 4,7).
El Reino de Dios es, pues, reino de justicia, de vida, de verdad y de amor. Por eso se anuncia a aquellos que menos tienen de estos valores. Y en esto consiste la novedad del anuncio de Jesús: en que los pobres vuelven a la vida, a la justicia y a la dignidad del amor fraterno. Sólo desde la parcialidad de Dios hacia los sin vida se garantiza que Dios sea un Dios de vida para todos.
La razón del privilegio de los pobres no se encuentra en ellos mismos, sino en la forma de ser de Dios y en la manera como él quiere ejercer su realeza en favor de los débiles y desamparados. Dios quiere garantizar a través del Reino el derecho de los hombres que son incapaces de hacerlo valer por sí mismos. Como Rey justo, Dios no puede ser otra cosa que el protector de los desvalidos.
b) Para entrar en el Reino de Dios hay que cambiar de vida.
Para que podamos creer en la Buena Noticia del Reinado de Dios, Jesús llama a conversión, o sea, a cambiar el modo de pensar y de actuar (Mc 1,15), pues según el modo de pensar del mundo es imposible entender, ni menos aún vivir, el Reinado de Dios. Es necesario un cambio profundo del corazón para poder conocer y encontrar al Dios verdadero, el Dios de Jesús. Convertirse es, pues, volverse al verdadero Dios.
El hijo perdido de la parábola se encontró a sí mismo cuando a partir de su miseria encontró en su propio interior la bondad del Padre (Lc 15,11-32). Sólo el calor de la casa del Padre, sólo el poder de su amor que anida en el corazón del hombre, nos puede dar coraje para enfrentarnos con nuestra vida, de manera que cambiemos de forma de pensar y de actuar.
Para participar, pues, en el Reinado de Dios, hay que hacer un gran esfuerzo personal; hay que hacerse violencia (Mt 11,12). "Forcejeen para abrirse paso por la puerta estrecha" (Lc 13,24). Esta es tarea difícil, pero posible, ya que nunca estaremos solos en este esfuerzo personal: El Espíritu de Jesús está siempre fortaleciendo nuestra debilidad (Rm 8,26). Pero a nadie se le perdona el esfuerzo de vencerse a sí mismo y llevar su cruz para poder seguir a Jesús. El que no lo haga no es digno de él (Mt 10,38).
Para entrar en el Reino hay que aprender a pensar y a actuar según Dios. Hay que convertirse a un nuevo modo de ser ante Dios y ante la novedad anunciada por Jesús. Y ello no se hace sin dolor: hay que aprender a cargar esta cruz. Hay que superar crisis muy reales para poder decidirse por el nuevo orden de cosas que trae Jesús y que ya comienza a estar dentro de nosotros mismos (Lc 17,21). Hay que estar dispuestos a perderlo todo con tal de adquirir esta piedra preciosa (Mt 13,45-46). El Reinado de Dios está antes que la propia familia (Mt 10,37). Es más importante que nuestros ojos, nuestras manos (Mc 9,43), y que nuestra propia vida (Lc 17,33).
La exigencia de conversión hecha por Jesús es sumamente dura y exigente: "Si no cambian, todos ustedes perecerán" (Lc 13,5). El desastre se aproxima y ésta es la última hora para convertirse (Mt 24,37-44). El hacha está colocada en la raíz del árbol y si no da fruto, será cortado (Lc 13,9). Si no hay conversión, el dueño de la casa cerrará la puerta, y los atrasados habrán de oír estas palabras: "No sé quiénes son ustedes" (Lc 13,25); ya es tarde para abrirles la puerta del Reino (Mt 25,11).
El convite del Reino es para todos. La mayoría, sin embargo, se encuentra atareada de tal forma en sus quehaceres, que rechaza la invitación de Jesús para la fiesta (Lc 14,16-24). El que se decide por la novedad de Jesús sólo debe mirar hacia adelante; el pasado quedó atrás (Lc 9,62). La opción por seguir a Jesús no puede quedar a medio camino (Lc 14,28-32). La decisión es muy seria. Decir que "sí" de boca es cosa fácil; lo importante es realizar la voluntad del Padre (Lc 6,46). Caso contrario, la última situación del hombre es peor que la primera (Mt 12,43-45).
La conversión misma es como el traje de una novia, como la cabeza perfumada (Mt 6,17), como la música y la danza (Lc 15,25), como la alegría del hijo que regresa a la casa paterna (Lc 15,32).
c) En el Reino de Dios se construye una nueva sociedad
La predicación de Jesús sobre el Reinado de Dios no se dirige sólo a las personas exigiéndoles conversión. Se dirige también al mundo de las personas. El Reino de Dios busca la construcción de una sociedad digna del hombre, pues sólo así será digna del Padre de todos los hombres: Una sociedad en cambio hacia la verdadera fraternidad, la igualdad y la solidaridad entre todos. Una sociedad, además, en la que si alguien es privilegiado o favorecido, ese sea precisamente el débil y el marginado. De aquí que el Reinado de Dios, tal como lo presenta Jesús, representa la transformación más radical de valores que jamás se haya podido anunciar. Porque es la negación y el cambio, desde sus cimientos, del sistema social establecido.
El sistema actual, como sabemos de sobra, se basa en la competitividad, la lucha del más fuerte contra el más débil y la dominación del poderoso sobre el que no tiene poder (Mc 10,42). Frente a eso Jesús proclama que Dios es Padre de todos por igual, y por ello todos somos hermanos con la misma dignidad y los mismos derechos. En toda familia bien nacida, si a alguien se le privilegia, es precisamente al menos favorecido, al enfermo, al indefenso. Este es el ideal de lo que representa el Reinado de Dios en la predicación de Jesús.
Este proyecto de Dios no se puede implantar por la fuerza. Tiene que realizarse poco a poco mediante la conversión de las mentes y los corazones. El Reino de Dios se va haciendo realidad en la medida en que haya hombres y mujeres que cambien radicalmente su propia mentalidad, su escala de valores, su apreciación práctica y concreta por el dinero, el poder y el prestigio. Este proyecto sólo es realizable a partir de pequeñas comunidades, comunidades de base, que se ponen a vivir en concreto el ideal evangélico de una plena igualdad fraterna, impulsados por la libertad de sentirse hijos de Dios.
Pero Jesús no se contenta con vivir él y sus comunidades los valores nuevos del Reino de Dios. El, además, desenmascara y denuncia a todos y a todo lo que oprime al hombre. La comunidad de Jesús jamás se comporta como un grupo que se encierra en sí mismo para vivir aislados sus propios valores. Los seguidores de Jesús han de ser "luz del mundo" (Mt 5,14) y "sal de la tierra" (5,13). "El Reinado de Dios se parece a la levadura... que acaba por fermentarlo todo" (Lc 13,21). A todo ha de llegar el orden del Padre Dios, al mundo material, a todo lo humano, a todo lo espiritual. Con Jesús comenzó ya el fin de este viejo mundo actual y todas sus estructuras de pecado.
El Reino de Dios que Jesús anuncia y hace presente no coincide sólo con la liberación de éste o de aquel mal, de las injusticias, de la opresión o sólo del pecado. El Reinado de Dios tiene que abarcarlo todo: mundo, hombre, sociedad. Toda la realidad ha de ser transformada por Dios.
El Reino es como una pequeña semilla que se va desarrollando poco a poco, pero con firmeza (Mc 4,30-35); semilla buena, pero que por ahora crece junto a la mala hierba (Mc 13,24-30). Este crecimiento del Reino se realiza continuamente a través de los pequeños triunfos de liberación que se efectúan a través de la historia.
En el apartado 5 de este capítulo seguiremos profundizando en el futuro de la nueva sociedad, que ya se está construyendo a lo largo de la historia. El Reino de Dios es un proceso que empieza en la historia y que acabará en la escatología final. Jesús anuncia un triunfo final, pero ese triunfo se va anticipando en la historia concreta de cada día. Por ello a cada liberación parcial realizada en la historia se le abre el horizonte del triunfo total, cuando el Reinado de Dios haya llegado a su plenitud. El Reino de Dios "ya" está en medio de nosotros, pero "todavía no" se ha completado su construcción.
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