Día Mundial en contra del Trabajo Infantil
por Liana Castello (Revista On Line San Pablo)
Muchos, demasiados son los niños que viven en la calle. Tan sólo bastaría uno para que se nos estremeciera el alma, pero no se trata de uno, sino de miles.
Muchos, demasiados son los niños que han perdido sus sueños, el derecho a estudiar, a tener una vivienda digna, salud, condiciones de higiene, un juguete, un cuentito leído antes de dormirse. La mayoría de ellos ni siquiera ha perdido todo esto, jamás lo tuvo.
En estas calles, cada vez más pobladas de niños que subsisten, que resisten una vida que no merecen, no sólo está el niño que vaga, sino también el niño que trabaja.
La realidad del chiquito que vive en la calle se entremezcla con la condición de aquél que trabaja, de un modo igual de duro y cruel. Tal vez haya niños que trabajan y tengan una vivienda, pero, aun así, no gozan de una infancia. Otros, en cambio, no poseen ninguna de las dos cosas. En ambos casos, estamos hablando de pequeños a los que la pobreza o la crueldad de algunos les han robado el punto de partida de sus vidas, ni más, ni menos. Unos vagan, otros mendigan, y algunos trabajan. Ningún chiquito debiera realizar ninguna de estas tres actividades.
Se entiende por trabajo infantil a toda actividad económica y/o estrategia de supervivencia, remunerada o no, realizada por niñas y niños, por debajo de la edad mínima de admisión al empleo o trabajo, o que no han finalizado la escolaridad obligatoria o que no han cumplido los 18 años, si se trata de trabajo PELIGROSO.
¿Alguna vez nos hemos preguntado por qué los niños y niñas trabajan? ¿Por qué algunos niños y niñas no tienen una infancia plena o feliz?
El trabajo infantil arranca de raíz toda posibilidad de futuro para nuestros niños y niñas, los excluye de la educación, los aleja de toda probabilidad de desarrollo intelectual, les quita el derecho al esparcimiento, a la educación, a la inocencia y sobre todo vulnera la integridad de los niños y niñas como sujetos plenos de derechos.(1)
El presente que les toca a estas criaturas es por demás penoso, y, peor aún, cuando sabemos que, probablemente, no habrá un futuro distinto y mejor para ellos.
Quizá sus vidas puedan dar un vuelco y logren vivir dignamente al crecer, sin embargo, ese niño herido, desnudo, desprovisto de todo cuidado, persistirá como estigma para el ser ya adulto.
Todos sabemos de qué se trata y conocemos las consecuencias que acarrea para el niño el carecer de derechos, abrigo, divertimento, dignidad, niñez. Me pregunto, no obstante, si tenemos igual de claro cuál es nuestra actitud frente a ellos.
Muchos podremos responder que “no está en nuestras manos”, “no tenemos poder y autoridad para hacer algo”, “no somos gobierno” (pero votamos). En un punto, no es incorrecta la afirmación, en otro, sí. No hace falta tener poder para hacer. Uno puede hacer algo por el otro de muchas formas.
Es cierto que, para cambiar esta realidad, deberían cambiarse políticas socioeconómicas, laborales, gubernamentales, pero también es cierto que algo siempre, por pequeño que sea, se puede hacer.
Leí una vez que, si sabemos agudizar el corazón y no el oído, escucharemos a Jesús, quien nos pregunta a diario: “¿y dónde está tu hermano?”. Pues bien, nuestros hermanos son muchos, y los niños que viven vidas indignas son demasiados.
Seguramente, un gesto nuestro no aparecerá en los diarios y no quedará impreso en los libros de historia, pero no por ello tendrá menos valor. Más que “algo”, podemos hacer bastante. Ser piadosos con estos niños a los que la vida pone a prueba desde el comienzo. No mirarlos con recelo, colaborar con tantas fundaciones que intentan cambiar esta triste realidad, denunciar el abuso en las instituciones correspondientes. Alcanzarles una cobija, un plato de comida caliente, una sonrisa. Ya se los ha privado de mucho, algo seguramente nosotros podemos darles.
Las cicatrices de una infancia que no pudo ser permanecerán en su alma, y la felicidad de haber sido tenidos en cuenta por alguien seguramente también.
Lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad (Kart A. Menninger).
(1) Comisión Nacional para la Erradicación del Trabajo Infantil.
Muchos, demasiados son los niños que han perdido sus sueños, el derecho a estudiar, a tener una vivienda digna, salud, condiciones de higiene, un juguete, un cuentito leído antes de dormirse. La mayoría de ellos ni siquiera ha perdido todo esto, jamás lo tuvo.
En estas calles, cada vez más pobladas de niños que subsisten, que resisten una vida que no merecen, no sólo está el niño que vaga, sino también el niño que trabaja.
La realidad del chiquito que vive en la calle se entremezcla con la condición de aquél que trabaja, de un modo igual de duro y cruel. Tal vez haya niños que trabajan y tengan una vivienda, pero, aun así, no gozan de una infancia. Otros, en cambio, no poseen ninguna de las dos cosas. En ambos casos, estamos hablando de pequeños a los que la pobreza o la crueldad de algunos les han robado el punto de partida de sus vidas, ni más, ni menos. Unos vagan, otros mendigan, y algunos trabajan. Ningún chiquito debiera realizar ninguna de estas tres actividades.
Se entiende por trabajo infantil a toda actividad económica y/o estrategia de supervivencia, remunerada o no, realizada por niñas y niños, por debajo de la edad mínima de admisión al empleo o trabajo, o que no han finalizado la escolaridad obligatoria o que no han cumplido los 18 años, si se trata de trabajo PELIGROSO.
¿Alguna vez nos hemos preguntado por qué los niños y niñas trabajan? ¿Por qué algunos niños y niñas no tienen una infancia plena o feliz?
El trabajo infantil arranca de raíz toda posibilidad de futuro para nuestros niños y niñas, los excluye de la educación, los aleja de toda probabilidad de desarrollo intelectual, les quita el derecho al esparcimiento, a la educación, a la inocencia y sobre todo vulnera la integridad de los niños y niñas como sujetos plenos de derechos.(1)
El presente que les toca a estas criaturas es por demás penoso, y, peor aún, cuando sabemos que, probablemente, no habrá un futuro distinto y mejor para ellos.
Quizá sus vidas puedan dar un vuelco y logren vivir dignamente al crecer, sin embargo, ese niño herido, desnudo, desprovisto de todo cuidado, persistirá como estigma para el ser ya adulto.
Todos sabemos de qué se trata y conocemos las consecuencias que acarrea para el niño el carecer de derechos, abrigo, divertimento, dignidad, niñez. Me pregunto, no obstante, si tenemos igual de claro cuál es nuestra actitud frente a ellos.
Muchos podremos responder que “no está en nuestras manos”, “no tenemos poder y autoridad para hacer algo”, “no somos gobierno” (pero votamos). En un punto, no es incorrecta la afirmación, en otro, sí. No hace falta tener poder para hacer. Uno puede hacer algo por el otro de muchas formas.
Es cierto que, para cambiar esta realidad, deberían cambiarse políticas socioeconómicas, laborales, gubernamentales, pero también es cierto que algo siempre, por pequeño que sea, se puede hacer.
Leí una vez que, si sabemos agudizar el corazón y no el oído, escucharemos a Jesús, quien nos pregunta a diario: “¿y dónde está tu hermano?”. Pues bien, nuestros hermanos son muchos, y los niños que viven vidas indignas son demasiados.
Seguramente, un gesto nuestro no aparecerá en los diarios y no quedará impreso en los libros de historia, pero no por ello tendrá menos valor. Más que “algo”, podemos hacer bastante. Ser piadosos con estos niños a los que la vida pone a prueba desde el comienzo. No mirarlos con recelo, colaborar con tantas fundaciones que intentan cambiar esta triste realidad, denunciar el abuso en las instituciones correspondientes. Alcanzarles una cobija, un plato de comida caliente, una sonrisa. Ya se los ha privado de mucho, algo seguramente nosotros podemos darles.
Las cicatrices de una infancia que no pudo ser permanecerán en su alma, y la felicidad de haber sido tenidos en cuenta por alguien seguramente también.
Lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad (Kart A. Menninger).
(1) Comisión Nacional para la Erradicación del Trabajo Infantil.
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